lunes, 28 de junio de 2010

Cómo visitar un país socialista (I parte)

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Por Richard Levins

Richard Levins es un subversivo de tercera generación, antiguo granjero, ecologista y veterano de varios movimientos: el independentista puertorriqueño, Science for the People, contra la guerra, por la educación marxista y otras buenas causas. Es profesor de Ecología Humana en la Harvard School of Public Health e investigador extranjero adjunto del Instituto de Ecología y Sistemática de Cuba. Es coautor, junto a Richard Lewontin, de Biology Under the Influence (Monthly Review Press, 2007).

Quienes viajan de los Estados Unidos a Cuba atraviesan más de noventa millas de mar: recorren décadas de historia. Puede que se tengan que atener a la restricción de llevar consigo una sola maleta, pero cargan baúles llenos de equipaje ideológico, que incluye prejuicios sobre Cuba, creencias acerca de los comunistas, compromisos contraídos a partir de lo que creen que es una sociedad justa y un conjunto de fórmulas convencionales extraídas de la ciencia política acerca del poder, el gobierno y la conducta humana.

Un comentarista cubano señala:

Al llegar procedente de Norteamérica o Europa a un típico barrio cubano, la primera impresión del visitante puede ser de pobreza: edificios a punto de derrumbarse o faltos de mantenimiento, calles llenas de baches, autos antiquísimos, hogares donde hay pocos extras, etc. Por otro lado, si el viajero procede de la América Latina o de otro país en vías de desarrollo, es posible que llamen su atención otros aspectos de la vida cubana: la ausencia de niños de la calle, de rostros desnutridos y de mendigos; o la casi total carencia de temor de las personas que caminan por las calles de noche. [1]

O puede que al ser fácilmente identificados como extranjeros, los visitantes se vean acosados por anunciantes de pequeñísimos restaurantes privados, ofertas de recorridos turísticos guiados o jineteras (eufemismo cubano para referirse a las prostitutas, por lo general no profesionales).

Los miembros de delegaciones suelen tener itinerarios planificados que incluyen visitas a diversas instituciones y eventos culturales. Reciben información sobre la salud pública, la educación, las instalaciones culturales y deportivas, el compromiso con una vía ecológica al desarrollo, la agricultura urbana, la distribución equitativa mediante el sistema de racionamiento, el pleno empleo, aspectos formales de los sistemas político y judicial, los logros en el terreno de la igualdad de género y raza. Todo ello es real, y es una muestra de cuánto puede lograr un país pobre con muy pocos recursos. Pero es obvio que no se trata de toda la historia. No hay nada siniestro en ello. Son las cosas en las que Cuba ha sido pionera y de las que Cuba se siente más orgullosa y deseosa de mostrar ante el mundo.

Una vez que se conoce mejor a la gente, las descripciones se hacen más matizadas. Dada la plataforma de logros existente, las dificultades e insatisfacciones son las que ocupan su atención en el día a día. La igualdad básica ha sido erosionada, no por el socialismo, sino por las concesiones realizadas al capitalismo. No hay personas sin hogar, pero alrededor de un 16% de las viviendas está clasificada como en mal estado. No hay desempleo, pero sí empleos innecesarios, como los de parqueadores, que sólo han aparecido debido a las desigualdades. Se ha producido una incorporación masiva de maestros para reducir el número de alumnos por aula, pero la enseñanza no es sólo un empleo, sino que constituye una vocación. Hay quienes ingresan a ella llevados por el entusiasmo y después advierten que no les gusta, y ello lleva a que haya una gran movilidad en el magisterio. Y hay quienes se las ingenian para vivir sin trabajar. Hay pocos delitos, comparado con la situación en los Estados Unidos, pero hay que pasarle llave al auto.

Según mi experiencia personal, son los revolucionarios comprometidos los que hacen las críticas más serias, complejas y profundas, mientras que los contrarrevolucionarios por lo general se quejan de dificultades específicas o incidentes desagradables.

Los turistas que andan por su cuenta están menos expuestos a los logros que se muestran con orgullo y más a las insatisfacciones. Los cubanos son un pueblo dado a quejarse. Un viejo chiste habanero decía que, en Cuba, “todos los planes económicos se sobrecumplen. Todos los planes se cumplen, pero las tiendas están vacías. Las tiendas están vacías, pero todos tienen lo que necesitan. Todos tienen lo que necesitan, pero todos se quejan. Todos se quejan, pero son fidelistas”.

Quienes simpatizan con el proceso cubano, así como algunos anticomunistas de izquierda, en ocasiones portan una tablilla y un formulario para evaluar a Cuba en los terrenos de la salud pública, el sexismo, el racismo, la contaminación, la homofobia, las elecciones, el número de partidos políticos, la libertad de prensa, las huelgas o cualquier otra cosa que se les ocurra. Al final, en dependencia de la calificación promedio acumulada, deciden si Cuba “es” o “no es” socialista (o si el socialismo es o no algo bueno). Después, al volver a casa, escriben sus elogios o sus denuncias. Los temas que aparecen en el formulario pueden ser liberales, una relación de derechos por los que luchamos en el capitalismo y después convertimos en principios universales. O pueden provenir de esquemas apriorísticos acerca de lo que es el socialismo, principios como “de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo” o “consejos obreros al frente de las fábricas”.

En Cuba viven también algunos expatriados que encuentran que la tranquilidad y el sentimiento de colectividad y de propósito compartido bien valen las dificultades de la vida cotidiana. Otros están allí porque se han casado con cubanos, y unos pocos son refugiados políticos. Son especialmente capaces de explicarles Cuba a los norteamericanos y de poner a disposición de los cubanos las observaciones amistosas de los extranjeros. Y los norteamericanos que dividen su tiempo entre los dos países pueden ofrecer una visión singular “desde adentro” y “desde afuera” de ambos.

El abordaje del formulario está sujeto a muchos errores. Quienes evalúan no hablan con una muestra representativa de los cubanos. Sus descripciones están influidas por lo que piensan que sus lectores ya saben o por lo que creen importante que conozcan, lo que les preocupa más en ese momento, las cosas sobre las que quieren convencer a su público. Imagine que lo aborda un marciano en Harvard Square y le hace la siguiente pregunta: “¿Cómo andan las cosas por acá por la Tierra?” Recuerdo que en un ómnibus habanero me abordó una mujer bien vestida que me dijo en inglés y en voz muy alta: “¡Aquí no se puede decir nada!” Su afirmación desató un bullicioso seminario sobre política, Miami y cualquier otro tema en el que participaron todos los viajeros.

Las cosas que ven o sobre las que oyen hablar los visitantes no están ubicadas en un contexto. Una vez asistí a una reunión internacional en la que una delegada estadounidense se paró para preguntar por qué el gobierno cubano no les permitía a los extranjeros ver los mismos canales de televisión que veían los cubanos. Había ido a la habitación de su hotel, sintonizado el canal 6 (Cubavisión), y la pantalla había permanecido en blanco. No podía acceder a la programación nacional cubana, sólo a CNN y el canal turístico. A partir de sus imágenes previas del totalitarismo, asumió que se trataba de un acto de censura. Pero en esa época del Período Especial, debido a la severa escasez de combustible, la televisión cubana sólo transmitía unas pocas horas al día en las mañanas y en las noches, y durante el resto del día la pantalla en blanco era el canal nacional que compartía todo el pueblo cubano. Mi crítica no es que esa delegada estuviera equivocada -es fácil cometer errores en un medio que no nos resulta familiar-, sino que cometiera un tipo específico de error: llenar las lagunas de su información con prejuicios traídos de su propia sociedad.

Otra equivocación proviene de aplicar juicios acertados a la sociedad equivocada. Por ejemplo, los visitantes se enteran por la prensa cubana de que muchos militares ocupan puestos en el gobierno, y de que algunos son delegados a la Asamblea Nacional. En Cuba, eso no significa que “los militares” hayan asumido el poder. En la isla no existen “los militares” como una casta separada, como sí sucede, por ejemplo, en Pakistán. Lo que vemos en realidad es a comunistas designados por la sociedad para asumir la tarea de la defensa. Con los problemas económicos que Cuba enfrenta no tiene sentido tener unas grandes fuerzas armadas dedicadas únicamente a esperar una invasión, aunque el país tiene que estar preparado para esa eventualidad. Parte de la solución ha consistido en emplear a las fuerzas armadas en la actividad económica, en empresas que suelen estar mejor administradas que las demás y que cuentan con oficiales experimentados en temas económicos. Son esos juicios fuera de contexto, derivados de otras situaciones, los que confunden a muchos de los que quisieran ser aliados de la Revolución cubana.

Pero más allá de estos errores simples, el concepto general de calificar la revolución mediante un formulario previamente elaborado es equivocado.

El socialismo no es una cosa, sino un proceso: aquel mediante el cual las clases trabajadoras de la ciudad y el campo, junto a sus aliados, toman en sus manos las riendas de la sociedad para satisfacer sus necesidades compartidas. Con el uso de un telescopio podemos vislumbrar la importancia histórica mundial de los primeros esfuerzos por reemplazar no sólo al capitalismo, sino a toda sociedad de clases, por un modo de vida más generoso, justo y sostenible. En otras palabras, intentamos superar un desvío de diez mil años de duración durante los cuales nuestra especie adoptó la agricultura; deforestó buena parte del planeta; creció en número y aumentó su esperanza de vida, sus conocimientos y su capacidad de destrucción; se dividió en clases de modo que dejamos de ser un “nosotros”; y expandió su capacidad productiva hasta el punto de que pudiéramos librarnos de las clases y volver a ser ese “nosotros”.

Al examinar el primer siglo de innovación socialista lo anterior es más importante que evaluar el éxito de los revolucionarios, las decisiones específicas y los cambios inesperados que ocurren sorpresivamente, e incluso las enormes dificultades y experiencias de esos empeños. Pero al mirar a través del microscopio de la vida cotidiana, todos esos detalles cobran una enorme importancia, y la historia mundial no compensa la falta de proteínas en la dieta. Necesitamos tanto el telescopio como el microscopio.

El socialismo es una senda compleja, zigzagueante y contradictoria, porque quienes participan en él tienen intereses diferentes, responden de maneras diversas a los acontecimientos que se producen a lo largo del camino, difieren en cuanto a conocimientos y objetivos, sentido de la urgencia y perspectivas a largo plazo. Las mismas experiencias pueden producir transformaciones muy diversas de sus aspiraciones, a veces en sentido convergente, y en otras ocasiones divergente.

La expresión “junto a sus aliados” tiene una enorme importancia, porque la lucha por el socialismo es muy heterogénea. Esa heterogeneidad le impone muchas de sus características a la trayectoria. Los individuos se suman a la lucha por el socialismo por muchas razones, pero, por lo general, comienzan porque aborrecen las injusticias más sentidas que perciben en sus sociedades. Esas injusticias son diferentes para los diferentes grupos que componen el bloque revolucionario. Algunos de sus miembros son conservadores que luchan para defender sus derechos consuetudinarios cuando la clase dominante intenta negárselos. En la América Latina, las comunidades indígenas se levantan para defender su derecho a la tierra contra la explotación de las empresas transnacionales y la degradación ambiental. En países cuyas culturas han permanecido más intactas, como Bolivia, Ecuador, Venezuela y el estado mexicano de Chiapas, tradiciones como la toma de decisiones comunitaria, la colectividad, y los esfuerzos para encontrar consensos se trasladan a las formas políticas del socialismo que allí evoluciona. En ocasiones, sectores de las clases medias se suman a la lucha por la independencia nacional.

En China, incluso muchos de los terratenientes se aliaron a los comunistas, porque estos eran los defensores más militantes y coherentes de la independencia china contra la invasión japonesa. Por otro lado, los empresarios chinos deseaban eliminar las restricciones feudales a su libertad para ejercer la explotación. Más tarde se convirtieron en una fuerza que contribuyó a minar los objetivos socialistas a favor del capitalismo. Algunos intelectuales aspiraban al establecimiento de una meritocracia libre de corrupción, pero los campesinos les resultaban indiferentes. Todos contribuyeron a hacer la revolución y presionaron sobre la dirección que esta tomaría.

En el seno del Movimiento 26 de Julio había profesionales indignados por el régimen corrupto y represivo del presidente Batista. Sólo algunos de ellos se oponían a la subordinación del gobierno cubano al imperialismo estadounidense. Entre quienes sí lo hacían, sólo algunos deseaban una mayor justicia social. La clase trabajadora compartía esos objetivos con sus aliados de la clase media, pero también aspiraba a la justicia social. Esa justicia social significaba, en primer lugar, empleos con un salario decoroso, atención médica adecuada, agua potable y educación. Para algunos, la justicia social incluía también la igualdad de géneros, la abolición del racismo e incluso de la homofobia. Unos pocos soñaban con revertir la deforestación y la erosión de Cuba.

Los socialdemócratas suelen favorecer una redistribución del consumo, como se aprecia en las sociedades escandinavas y en Brasil, con un diferencial salarial estrecho y un amplio consumo social, pero sin una redistribución de la propiedad y el poder estatal, aunque sí con una participación de los trabajadores en el gobierno. Los aliados pequeñoburgueses de las clases trabajadoras por lo general son más educados, tienen mayor confianza en sí mismos, formulan mejor sus ideas, hablan y escriben con más soltura, han tenido más experiencias de liderazgo y dirección. Por tanto, a menudo están sobrerrepresentados en los rangos de la dirigencia durante las primeras etapas de los movimientos revolucionarios. A partir de los primeros años del proceso, los componentes del bloque revolucionario se influyen mutuamente. Los individuos, con independencia de su origen de clase, contemplan cómo se despliegan ante su vista las perspectivas de transformación, ven retados sus prejuicios, cambian sus conceptos acerca de cómo debe ser la vida.

En los años sesenta viajé en un avión que iba de La Habana a España con varias mujeres de la alta clase media. Eran desafectas a la revolución, porque para ellas esta significaba sobre todo dificultades y temían por la educación religiosa de sus hijos, mientras que sus esposos veían en la construcción de una nueva sociedad la compensación por las privaciones materiales. En la elaboración de un programa revolucionario pueden converger corrientes políticas muy diversas, y sus orígenes pueden ser visibles en las demandas tempranas de la revolución. Cuando las cosas no resultan como deseaban, los individuos pueden volverse contra el proceso en su conjunto.

Pero las ambiciones y el individualismo de la sociedad capitalista son capaces de adaptarse a nuevas circunstancias. Se puede aspirar a un puesto en busca de influencias, y expresar los prejuicios en nuevas condiciones. Quienes han sufrido privaciones pueden entender la liberación como el acceso a los privilegios de quienes mandaban antes. Quienes trabajaban en exceso pueden imaginar que el socialismo es una liberación del trabajo. Las necesidades urgentes pueden imponerse a los objetivos a largo plazo, y las improvisaciones que resultan útiles en un momento pueden ser desastrosas a la larga. Rosa Luxemburgo advertía que tratamos de construir el futuro con los materiales del pasado, incluidos nosotros mismos. El heroísmo y el sacrificio pueden coexistir en un mismo individuo con la avaricia y la ambición, la solidaridad con el sexismo. (Las mujeres cubanas solían decir en los setenta que sus esposos eran “revolucionarios en la calle y reaccionarios en la casa”. La tasa de divorcios en Cuba es alta. La Federación de Mujeres Cubanas plantea que los hombres sueñan con mujeres que ya no existen, mientras que las mujeres sueñan con hombres que todavía no existen.)

Hay incluso quienes ven los privilegios como la recompensa por años de riesgos y sacrificios, como sucedió en Nicaragua durante la famosa piñata. Un trepador social sudafricano dijo con toda franqueza que no había arriesgado su vida en la clandestinidad para ser pobre. Un dirigente de la juventud comunista en los Estados Unidos me confesó unos años después, cuando ya se había transformado en un liberal en vías de convertirse en un economista conservador, que durante los años de su militancia, cuando la persecución contra los izquierdistas comenzaba a arreciar, esperaba que la revolución triunfara no sólo en el curso de su vida, sino durante su juventud, y que ocuparía en ella un lugar prominente.

Las revoluciones pueden ser derrotadas en el curso de la lucha con sus enemigos de clase externos e internos, y hundirse de nuevo en el capitalismo, de la misma forma que los primeros pasos hacia el desarrollo capitalista se vieron frustrados en la China de la dinastía Sung, las ciudades estados del Renacimiento italiano, Bohemia durante la Reforma y Egipto bajo la conducción de Mohammed Ali en el siglo XIX. El feudalismo polaco experimentó una especie de reavivamiento en fecha tan tardía como el siglo XVI, como consecuencia del capitalismo mercantil de Europa Occidental, sobre todo de la demanda de granos. Las concesiones al capitalismo pueden no ser meramente medidas de emergencia para garantizar la sobrevivencia, sino que también pueden minar la moral y el compromiso.

Debido a los conflictos entre los sectores revolucionario y contrarrevolucionario, debido a los enemigos externos, debido a la heterogeneidad del movimiento, debido a la inexperiencia y debido a los enormes problemas que supone encontrar el camino correcto para superar el atraso, no todo lo que sucede durante un proceso revolucionario es resultado de los deseos de un grupo específico o de los dirigentes. Y no todo cambio de política es resultado de una lucha en el seno del liderazgo, o de una tendencia “reformista”, o del auge o la caída de los dirigentes “de línea dura”.

El léxico de la ciencia política suele apelar con regularidad a falsas dicotomías para explicar los cambios que se observan en las políticas o las prácticas. Entre ellas, algunas de las más frecuentemente invocadas son las dicotomías entre “reformistas” versus “dirigentes de línea dura”, y “pragmáticos” versus “ideólogos”. Se supone que a los pragmáticos no les importan los principios, sino que sólo quieren que “las cosas se hagan”. Por supuesto, esto omite la pregunta: “¿Qué cosas?” Si las “cosas” son indicadores de crecimiento económico, algunas políticas tienen sentido; pero si el objetivo es satisfacer las necesidades de la población o reforzar su capacidad de resistencia, son otras las medidas que resultan prácticas.

De manera similar, el compromiso con la satisfacción de las necesidades del pueblo puede calificarse de “ideológico” por contraste con el compromiso liberal con el mercado, que se califica de “no ideológico”. Si las creencias de alguien son similares a las nuestras, las consideramos apegadas a los principios; si son contrarias, podemos tildarlas de “ideológicas”. Y las medidas que aprobamos son “pragmáticas”, mientras que si no nos gustan, son “oportunistas”.

Otra explicación favorita para los cambios de política, tomada del léxico de la ciencia política burguesa, es la famosa cita de Lord Acton: “El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente”. Su corolario también es muy popular: El objetivo fundamental de quienes detentan el poder es permanecer en el poder. Eso casi nunca es verdad. Ni siquiera el presidente Bush promovería la salud pública universal y gratuita, subsidiaría a Venezuela o renunciaría a Cristo sólo para conservar el poder. Los gobernantes del pasado erigieron monumentos sólo para conmemorar su poder y su éxito militar, y los tributos obtenidos sobre la base del pillaje; pero hoy en día, detrás de cada fachada de ansias de poder se esconde un individuo con principios, incluso si se trata de principios malsanos.

Si Lord Acton hubiera vivido en un país del Tercer Mundo con una clase dominante y un gobierno supeditados a la embajada de los Estados Unidos, quizás habría añadido: “La impotencia corrompe; la impotencia absoluta corrompe absolutamente.” Esa es la tragedia del gobierno puertorriqueño en la actualidad. Tal vez entonces Acton habría entendido mejor la corrupción de las capas gobernantes de una parte tan sustancial de la periferia global, a la que se culpa de la pobreza supuestamente causada por su “falta de responsabilidad”.

Las políticas cambian porque las circunstancias cambian o porque los individuos aprenden. El racionamiento en Cuba ha sido, en los períodos más duros, la garantía de una igualdad al menos mínima en el acceso a los alimentos. En otros momentos, cuando se dispone de una mayor variedad de bienes, puede convertirse en un obstáculo para la distribución y crear un espacio para los “intermediarios”. Los mercados campesinos ofrecen más productos del agro, pero también permiten el enriquecimiento ilícito de algunos. El turismo puede proporcionar la entrada de divisas, pero también convertirse en un foco de corrupción y socavar la igualdad. Las políticas cambian para reconciliar demandas opuestas en un sistema que trabaja bajo una severa presión. Internet puede estar limitada fundamentalmente a los usuarios institucionales cuando el costo en dólares del acceso al satélite es demasiado grande, o puede resultar más accesible cuando se dispone de recursos: ello es expresión de un orden de prioridades y no de una “reforma”.

La política cubana de limitar el acceso a los hoteles fundamentalmente a los extranjeros era muy injusta, pero resultaba necesaria para captar las divisas que se requerían con urgencia. Para contrapesar esa política, se reserva cierto número de habitaciones para cubanos que las ocupan según prioridades socialmente determinadas. Por ejemplo, los recién casados son la primera prioridad (esto ha cambiado en los últimos tiempos a favor de salarios más altos), y también acceden a ellas personas a quienes se premia por un trabajo destacado. Como el trabajo destacado suele significar una combinación de trabajo productivo y contribución social, esta política tiene sentido para los cubanos, pero sería considerada una forma de discriminación política por los críticos de la isla. Un hermoso atlas de Cuba cuesta alrededor de $100 en las tiendas para turistas, lo que obviamente está fuera del alcance de los cubanos. Pero mis amigos cubanos lo compraron por $10, lo que todavía no es barato, pero sí un precio manejable. Ha menudo ha sucedido que medidas muy comentadas que socavan los valores socialistas son contrarrestadas parcialmente por otras medidas menos conocidas cuyo objetivo es mitigar el daño.

Cualquier estudio del socialismo debe examinar esos procesos históricos reales y no comenzar con una serie de imperativos abstractos para evaluar el socialismo de determinado país. En los acápites que siguen me basaré sobre todo en mi experiencia de participante/observador del proceso cubano, pero haré referencia a otros movimientos revolucionarios y quizás le daré un peso excesivo a los temas de la democracia, porque suelen ser los más polémicos.

(Continuará)

Texto íntegro en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=106870

Imagen agregada RCBáez_Turistas en La Habana

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