viernes, 30 de abril de 2010

PRIMERO DE MAYO DIA DEL TRABAJADOR (VER ENLACE DE VIDEO AL FINA)








PRIMERO DE MAYO DÍA DEL TRABAJADOR

(VER ENLACE DE VIDEO AL FINAL)

Frente Antirrepresión

Compañeros. En este primero de Mayo, se avecinan masivas movilizaciones en todo el mundo. En Cuba se espera la mayor participación en mucho tiempo ante el incremento del acoso mediático contra la revolución cubana. En toda Latinoamérica se preparan movilizaciones masivas en defensa de los derechos de los trabajadores. En Europa, la clase obrera se plantea importantes reivindicaciones ante los ataques sufridos por parte de la patronal, y en Grecia la prensa anuncia que los sindicatos preparan un 1º de Mayo caliente... En Estados Unidos, los trabajadores inmigrantes se encuentran en pie de guerra contra la aprobación de la ley 1070. Estos trabajadores poseen una gran riqueza en tradiciones revolucionarias, heredadas de sus países de origen, y tienen mucho que aportar en este sentido a la poderosa clase obrera estadounidense. Asimismo, la clase obrera estadounidense, en cuya lucha radica el origen de esta conmemoración del 1º de Mayo, ha forjado importantes tradiciones de luchas sindicales y atesora una gran experiencia en movilizaciones reivindicativas. Una mezcla que al imperialismo le genera auténtico pavor, pues de llegar a cuajar se podría formar una auténtica composición explosiva bajos los pies del imperio.

Sería interesante que publicárais en el muro del grupo de debate de la V Internacional de facebook todos los acontecimientos que protagonicéis sobre los actos de este 1º de Mayo del 2010 en vuestros países, ciudades y poblaciones.

Este 1º de Mayo está marcado por una de las peores crisis económicas que ha generado el capitalismo y ha evidenciado más que nunca la bancarrota de los principios reformistas, incapaces de resolver nuestros problemas. No hay términos medios. Ahora más que nunca se hace necesario defender el programa revolucionario que necesita nuestra clase para nuestra emancipación. No es posible combatir las lacras del capitalismo sin derrocar este sistema. No es posible planificar la economía de forma científica y racional para satisfacer las necesidades de la mayoría de la población sin expropiar los medios de producción bajo control obrero. Y no es fácil combatir un sistema como el capitalismo, que nos explota a nivel mundial, si no somos capaces de unirnos y organizarnos a nivel internacional. La celebración del 1º de Mayo en todo el mundo es una demostración más del sentimiento de unidad de la clase obrera por encima de fronteras nacionales. Por eso, ahora más que nunca, en los actos de este 1º de Mayo, mientras entonamos el himno de la Internacional como es tradicional en muchos rincones del mundo, cada uno de nosotros desde nuestro partido, sindicato u organización, debemos de tener presente la eminente tarea de la construcción de una auténtica Internacional y enarbolar la bandera del internacionalismo revolucionario al grito de ¡VIVA LA V INTERNACIONAL!

¡Viva el 1º de Mayo!

Rodrigo Alonso


Historia del origen 1º de Mayo

http://www.youtube.com/watch?v=WgPmDBCQfwE


EL EXITO DE CHAVEZ EN TWITTER


Barinas, 29 de abril de 2010.- La incursión del Presidente Hugo Chávez —quien en menos de 48 horas ha superado los 116 mil seguidores— en la red social Twitter se ha convertido en una “explosión”, como el mismo jefe de Estado lo ha catalogado.

"Ha sido una explosión lo de ChávezCandanga", comentó el mandatario venezolano este jueves al concluir un recorrido por el Centro Técnico Productivo Socialista Florentino, ubicado en el estado Barinas, en compañía de su par boliviano, Evo Morales, de visita de trabajo en el país.

Al referirse al fenómeno desatado tras su aparición en dicha red social con la cuenta @chavezcandanga, ratificó que este tipo de herramientas con tanto alcance no puede estar en manos de la burguesía, sino en manos de la sociedad para la batalla ideológica.

Así mismo dejó sentado que "las redes sociales son un arma que también debe ser usada por la Revolución".

Precisamente, a media mañana de este día el Presidente hizo público su segundo mensaje a través de la red: "Hola mis queridos candangueros y candangueras. Esto ha sido una explosión inesperada. Gracias. Thanks. Ahora en Barinas con Evo. Venceremos!!".

El Presidente se refirió al respecto y comentó que "algunos me critican, otros me insultan, pero ¿qué me importa a mí?, es un contacto con el mundo". Agregó que le han llegado mensajes de distintos lugares como Rusia, Europa, Estados Unidos, Argentina, Bolivia, pero sobre todo de Venezuela.

Agradeció incluso a quienes le insultan: "Yo les devuelvo este corazón que es para todos. Me siento venezolano comprometido con todos, aun con aquellos que no entienden este proceso y que están llenos de odio, que son víctimas del odio de la burguesía, de la oligarquía".

Por el contrario, admitió que 99 por ciento de los mensajes recibidos son de saludos, reflexiones y humor, al tiempo de ratificar: "Yo escribo mis mensajitos", respondiendo así a los señalamientos que dudan de que sea el mismo Presidente el autor de los textos.

Anunció que pronto escribirá un mensaje al líder de la Revolución Cubana Fidel Castro.

A quienes lo han señalado como "capitalista" por usar Twitter, se dirigió para dejar sentado que "esto no es capitalista ni es socialista, depende del uso, la tecnología no es neutra", por lo que a su juicio no existe nada de capitalista en el uso de las herramientas tecnológicas existentes pues, por el contrario, es el Gobierno Bolivariano el que promueve el uso de Internet y hasta promovió que fuera declarado asunto de interés nacional.

“Soy un navegante más de este mundo tecnológico”, agregó mostrando un teléfono en sus manos. “¡Imagínate tu el potencial que tiene esto!”, dijo.

"Ahora es cuando voy a dar la batalla. (…) batalla en todos los espacios, Revolución en todos los espacios", concluyó.

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http://www.youtube.com/watch?v=Q8eNSRV45Bg&feature=player_embedded


miércoles, 28 de abril de 2010

HACIA EL CAPITALISMO O HACIA EL SOCIALISMO


HACIA EL CAPITALISMO O HACIA EL SOCIALISMO?[1]
Leon Trotsky
28 de agosto de 1925
Introducción
En este folleto se intentan analizar los principales factores de nuestro desarrollo económico. Las
dificultades de este análisis se hacen evidentes cuando el lector considera los giros bruscos que
tuvieron lugar en el curso del mismo. Cuando un movimiento se efectúa en línea recta, dos puntos son
suficientes para determinar su dirección. Pero cuando, en un momento crucial el curso de las cosas
describe una curva complicada, es difícil juzgar los distintos sectores de esta curva. Y en un nuevo
orden social, ocho años no son más que un breve período.
Nuestros adversarios han pronunciado ya en varias ocasiones juicios infalibles, mucho tiempo antes del
octavo aniversario de la Revolución de Octubre. Estos juicios son de dos tipos: unos dicen que
construyendo la economía socialista arruinamos el país, mientras que los otros afirman que nuestro
desarrollo de las fuerzas productivas en realidad nos está llevando hacia el capitalismo.
El primer tipo de crítica es característica del modo de pensar de la burguesía. El segundo tipo de crítica
pertenece a la socialdemocracia, es decir al pensamiento burgués bajo la máscara de socialismo. No
existen límites precisos entre ambos tipos de crítica y, a menudo, las dos intercambian su arsenal de
argumentos, sin darse cuenta, intoxicados como están con la guerra santa contra la “barbarie
comunista”.
Espero que este folleto mostrará al lector sin prejuicios que ambos tipos de crítica son críticas falsas,
tanto en el caso de los grandes burgueses, como en el de los pequeños burgueses que se hacen pasar por
socialistas. Mienten cuando dicen que los bolcheviques han arruinado Rusia. Hechos absolutamente
irrefutables demuestran que, en la Rusia devastada por la guerra imperialista y las guerra civiles, las
fuerzas de producción de la industria y de la agricultura se acercan al nivel de preguerra, que será
alcanzado durante el próximo año. Los que dicen que el desarrollo de las fuerzas de producción va en
la dirección del capitalismo, mienten.
En la industria, los transportes, el comercio, el sistema financiero y de crédito, el papel de la economía
de Estado no disminuye a medida que las fuerzas de producción aumentan, sino que crece, dentro de la
economía total del país. Este movimiento queda registrado indudablemente tanto en las cifras como en
los hechos.
En la agricultura la situación es mucho más complicada. Y para un marxista esta situación no es
inesperada; la transición de la economía campesina “atomizada” a la agricultura socialista no es
imaginable más que tras una serie de etapas exitosas en la técnica, la economía y la cultura. Que el
poder permanezca en manos de la clase que quiere llevar la sociedad al socialismo y que cada vez es
más capaz de influir en la población campesina por medio de la industria estatal, elevando el grado de
la técnica de la agricultura y creando de este modo el punto de partida para la agricultura colectiva, he
aquí la condición fundamental de esta transición. Es inútil decir que no hemos cumplido todavía esta
tarea; estamos creando las condiciones en las que podrá ser realizada poco a poco y de un modo
consecuente. Además, esos logros desarrollarán nuevas contradicciones, nuevos peligros. ¿En qué
consisten éstos?
El Estado proporciona actualmente cuatro quintas partes de la producción de nuestro mercado interno.
Una quinta parte más o menos es proporcionada por productores privados, sobre todo por los pequeños
talleres artesanales. Los ferrocarriles y la navegación se encuentran en manos del Estado en un 100%.
Tres cuartas partes del comercio actual están en manos del Estado y las cooperativas. El Estado realiza
cerca del 95% del comercio exterior.
Las instituciones de crédito se encuentran igualmente monopolizadas y centralizadas por el Estado.
Pero a estos “trusts” estatales poderosos y cerrados se oponen veintidos millones de explotaciones
campesinas. La ligazón entre la economía de Estado y la economía campesina -con el crecimiento
general de las fuerzas productivas- representa por consiguiente el problema social principal de la
construcción socialista de nuestro país.
Sin el crecimiento de las fuerzas productivas no puede hablarse de socialismo. Al nivel cultural y
económico que hemos alcanzado actualmente, el desarrollo de las fuerzas productivas no es posible
más que si el interés personal de los productores está comprendido en el sistema de la economía social.
En el caso de los obreros industriales, esta necesidad se cumple gracias a la relación entre los salarios y
la productividad del trabajo. De este modo, se han obtenido ya grandes resultados. En el caso de los
campesinos, el interés personal resulta ya del hecho de que mantienen una economía privada y trabajan
para el mercado. Pero esta circunstancia crea también dificultades. Las desigualdades salariales, por
grandes que sean, no introducen diferenciación social en el proletariado, los obreros siguen siendo
obreros de las fábricas estatales. No ocurre lo mismo con el campesinado. El trabajo que los veintidos
millones de explotaciones campesinas (entre las cuales las que son propiedad del Estado soviético, las
explotaciones colectivas y las “comunas” campesinas constituyen actualmente una minoría
insignificante) proporcionan al mercado conduce inevitablemente a que en un polo de la masa
campesina se creen establecimientos no solamente ricos, sino incluso de carácter explotador, mientras
que en el otro polo una parte de los campesinos medios se transforman en campesinos pobres, y estos
últimos en obreros agrícolas. Cuando el gobierno soviético, bajo la dirección de nuestro partido,
instituyó la Nueva Política Económica y extendió inmediatamente su campo de acción al campesinado,
conocía tanto estas consecuencias sociales inevitables del sistema de mercado como los peligros
políticos inherentes a esta situación. Sin embargo, estos peligros no se nos presentaban como una
fatalidad inevitable, sino como problemas que es preciso estudiar atentamente y resolver en la práctica
en cada etapa de nuestro trabajo.
Evidentemente, sería imposible eliminar estos peligros si la economía de Estado abandonara sus
posiciones en la industria, en el comercio y en las finanzas, mientras que al mismo tiempo se acentuara
la diferenciación entre las clases en las aldeas. Porque, en este caso, el capital privado podría reforzar
su influencia sobre el mercado, especialmente sobre el mercado campesino, acelerar el proceso de
diferenciación en la aldea y desviar de este modo todo nuestro desarrollo económico hacia el camino
capitalista. Esta es precisamente la razón por la cual es tan importante para nosotros saber desde el
principio en qué dirección se desplazan las relaciones de fuerza de las clases en el campo de la
industria, de los transportes, de las finanzas, del comercio interior y exterior. El predominio creciente
del Estado socialista en todos los campos citados (lo que queda irrefutablemente demostrado por la
Comisión del plan de Estado), ha creado relaciones completamente distintas entre la ciudad y el campo.
Nuestro Estado está muy firme en el timón como para permitir que el crecimiento de las tendencias
capitalistas y semicapitalistas de la agricultura pueda desbordarse en un futuro próximo. Ganar tiempo
en esta cuestión es ganarlo todo.
En la medida en que, en nuestra economía, existe una lucha entre tendencias socialistas y tendencias
capitalistas (y el carácter de la Nueva Política Económica está formado tanto por la colaboración como
por la acción contradictoria de estas tendencias), se puede decir que el resultado de la lucha depende
del ritmo de desarrollo de estas dos tendencias. En otras palabras, si la industria de Estado se
desarrollara más lentamente que la agricultura, si ésta dividiera con una aceleración siempre creciente
estas capas diametralmente opuestas de los granjeros capitalistas “de arriba” y de los proletarios “de
abajo”, entonces tal proceso conduciría naturalmente a la restauración del capitalismo. Ahora bien, que
nuestros enemigos intenten probar que esta perspectiva es inevitable. Incluso si se dedican a ello con
mucha mayor habilidad que el pobre Kautsky (o MacDonald), se quemarán los dedos. ¿Debe, por lo
tanto, quedar excluida la perspectiva que acabamos de aludir? Teóricamente, no. Si el partido cometiera
error tras error, tanto en el plano político como en el económico, si de este modo frenara el crecimiento
de la industria, que crece en estos momentos de un modo muy satisfactorio, si se dejara arrebatar el
control del proceso político y económico en la aldea, entonces naturalmente la causa del socialismo
estaría perdida en nuestro país. Pero, para emitir tal pronóstico, no tenemos necesidad de partir de esas
suposiciones. Cómo se pierde el poder, cómo se entregan las conquistas del proletariado, cómo se
trabaja para el capitalismo, es algo que Kautsky y sus amigos han enseñado admirablemente después
del 9 de noviembre de 1918. Nadie puede darles lecciones.
Nosotros tenemos otras tareas, otras metas, otros métodos. Queremos mostrar cómo se mantiene y se
consolida el poder adquirido, y cómo se debe llenar la forma del Estado proletario con el contenido
económico del socialismo. Tenemos todas las razones para estar seguros de que con una dirección justa
el crecimiento de la industria superará el proceso de diferenciación en la aldea, lo neutralizará y creará
de este modo las condiciones técnicas y los prerrequisitos económicos para la colectivización gradual.
En los próximos capítulos está ausente la caracterización estadística de la diferenciación en la aldea. Se
debe a que no existen todavía cifras que permitan una estimación general de este proceso. No se trata
tanto de fallas de nuestra estadística social como de las particularidades del propio proceso social que
se prosigue a través de los cambios “moleculares” de los veintidos millones de explotaciones
campesinas. La Comisión de Planificación del Estado (Gosplan), cuyos cálculos sirven de base a este
escrito, ha entrado en un estudio profundo de la diferenciación económica de nuestro campesinado. Las
conclusiones que deducirá de ello serán publicadas en su momento, y tendrán sin duda alguna la mayor
importancia para las disposiciones que tomará el Estado en el campo de los impuestos, de los créditos
rurales, de las cooperativas, etc. Pero, en ningún caso estas indicaciones podrán cambiar la perspectiva
fundamental expresada en este escrito.
Es evidente que esta perspectiva se encuentra estrechamente ligada, económica y políticamente, a la
suerte de Occidente y de Oriente. Cada paso hacia adelante del proletariado mundial, cada éxito de los
pueblos coloniales oprimidos, nos fortifica materialmente y moralmente, y acercará la hora de la
victoria general.
Capítulo I
El lenguaje de las cifras
La Comisión de Planificación del Estado (Gosplan) ha publicado un cuadro de conjunto de las cifras
proporcionadas por el “control” de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para el año
económico 1925-26. Tiene un aire muy seco y, por llamarlo de algún modo, burocrático. Pero en estas
columnas de cifras áridas, en las estadísticas y en los comentarios casi todos igualmente áridos y
concisos que las acompañan, se encuentra la maravillosa música histórica del progreso del socialismo.
No se trata ya de simples suposiciones, de puras estimaciones, de puras esperanzas, de argumentaciones
teóricas, se trata del lenguaje de las cifras con toda su importancia, lenguaje que actúa de un modo
convincente incluso en la bolsa de Nueva York.
Consideremos las cifras más esenciales, las más fundamentales. Vale la pena hacerlo.
En primer lugar, sólo el simple hecho de que este cuadro de conjunto sea publicado es para nosotros
una causa de regocijo. El día de su aparición (el 20 de agosto de 1925) debería ser señalado con lápiz
rojo en el calendario soviético. Agricultura e industria, comercio interior y exterior, sumas de dinero y
precio de las mercancías, operaciones de crédito y el presupuesto estatal han encontrado en este cuadro
la expresión de su desarrollo y de sus relaciones. Nos encontramos ante un conjunto de comparaciones
claras, simples y muy visibles, de todos los datos básicos para 1913, para 1924-25, y estimaciones para
1925-26. Además, el texto explicativo aporta, cada vez que es necesario, datos numéricos para los
demás años del régimen soviético, de tal modo que obtenemos una imagen de conjunto del desarrollo
de nuestra construcción y un plan de las perspectivas para el año próximo. La posibilidad de
establecerlas es en sí misma y por sí sola una conquista muy importante.
Socialismo es sinónimo de contabilidad. Bajo la NEP, únicamente difieren las formas de contabilidad
de las que intentábamos aplicar bajo el comunismo de guerra (1917-1921) y de las que encontrarán su
expresión perfecta en el socialismo plenamente desarrollado.
Ahora bien: socialismo es el equivalente de contabilidad, y actualmente, en el nuevo estadio de la NEP,
lo es quizás con mayor motivo que cuando el socialismo haya sido alcanzado; porque entonces la
contabilidad no tendrá más que un alcance meramente económico, mientras que en este momento se
encuentra ligada a los problemas políticos más complicados. En el cuadro de conjunto de las cifras de
control, el Estado soviético efectúa por vez primera la cuenta de todos los aspectos de su economía, de
sus efectos recíprocos, y de su desarrollo. Se trata de una victoria capital. La posibilidad de este hecho
es en sí mismo un testimonio irrefutable, tanto de las conquistas materiales de nuestra economía como
de los éxitos obtenidos por los métodos que dirigen esta economía y por el pensamiento que la anima.
Este cuadro puede ser considerado como un certificado de madurez. Sin embargo, es preciso no olvidar
que un certificado de madurez no se otorga en el momento en que se “termina” un aprendizaje, sino en
el momento en que se pasa de la enseñanza media a la enseñanza superior. Y son precisamente deberes
de orden superior ante los cuales nos sitúa el cuadro de conjunto de la Comisión del plan del Estado, y
que queremos someter a análisis.
Observando el cuadro, la primera cuestión que se plantea es la siguiente: de acuerdo; pero, ¿es exacto,
y hasta qué punto? He aquí una amplia perspectiva propicia a las reservas, e incluso al escepticismo.
Todo el mundo sabe que nuestra estadística y nuestra contabilidad son a menudo inseguras, no porque
sean peores que otras ramas de nuestra actividad económica y cultural, sino porque son ellas las que
reflejan todos (o al menos casi todos) los aspectos reveladores de nuestro atraso. Pero esto no da en
modo alguno derecho a desconfiar de un modo general, ni a esperar que dentro de un año y medio o
dos se podrá probar el carácter defectuoso de tal o cual cifra, para afirmar entonces: ¡ya lo decía yo! Es
más que probable que existan numerosos errores. Pero el tipo de sabiduría después de los hechos
consumados es el tipo más barato de todas las sabidurías. Por ahora las cifras de la Comisión de
Planificación del Estado representan un dato que, según las probabilidades, es el que más se acerca a la
realidad. ¿Por qué? Por tres razones: 1. Porque han sido establecidas con ayuda del material más
completo que se puede reunir, en general, y además sobre un material que no viene de cualquier sitio,
sino que es el fruto del trabajo diario de las diferentes secciones de la Comisión de Planificación del
Estado; 2. Porque este material ha sido trabajado por los más autorizados y cualificados economistas,
estadísticos y técnicos; 3. En tercer lugar, porque esta tarea fue llevada a cabo por una institución libre
de toda interferencia gubernamental y que puede en cualquier momento convencer a las autoridades
económicas por medio de la confrontación directa[2].
Es necesario añadir a esto que para la Comisión de Planificación del Estado no existen secretos
comerciales, ni de un modo general secretos económicos. Cualquier proceso de producción y cualquier
cálculo comercial pueden ser verificados ya sea directamente o a través de la Inspección Obrera y
Campesina. Todos los balances y todas las cuentas oficiales los tiene a su disposición, y ello no es mera
fanfarronería; es una realidad. Sin duda ciertas cifras serán discutidas, y los expertos no dejarán de
plantear objeciones en tal o cual sentido acerca de ciertas relaciones; estas objeciones, sean aceptadas o
no, pueden tener gran importancia para una u otra de las empresas concretas, para el volúmen de las
exportaciones e importaciones, para la cantidad de ítems en el presupuesto, para tales o cuales
necesidades administrativas, etc. Pero estas correcciones no modificarán en nada las relaciones
fundamentales. No pueden existir actualmente cifras más pensadas, mejor examinadas que las que nos
son ofrecidas por el cuadro que publica la Comisión de Planificación del Estado. Además una cosa es
innegable: una cifra de control inexacta -como ha demostrado toda nuestra experiencia económica- es
de un valor incomparablemente mayor que el trabajo al azar. En el primer caso, podemos corregir
gracias a la experiencia; en el segundo caso, por el contrario, actuamos a tientas.
El cuadro llega hasta octubre de 1926. Es decir que dentro de unos veinte meses, si nos encontramos en
presencia de las memorias anuales administrativas para 1925-26, tendremos la posibilidad de comparar
la realidad de mañana con nuestras estimaciones de hoy que están consignadas en cifras. Por grande
que sea entonces la diferencia, la simple comparación constituirá ya una escuela irremplazable de la
economía planificada.
Cuando se trata de la exactitud mayor o menor de una previsión, es necesario saber exactamente de qué
tipo de previsión se trata. Cuando, por ejemplo, los estadísticos del Instituto Americano de Harvard se
esfuerzan en establecer la velocidad y la dirección del desarrollo de las diferentes ramas de la economía
americana, proceden -hasta cierto punto- como los astrónomos, es decir que intentan obtener la
dinámica de procesos que son completamente independientes de su voluntad. La diferencia consiste
solamente en que tienen a su disposición métodos que no son en absoluto tan exactos como los de los
astrónomos. Pero nuestros estadísticos se encuentran en una posición radicalmente diferente: operan en
cuanto miembros de instituciones que dirigen la economía. En nuestro caso, el plan de estimación no es
únicamente el producto de una previsión pasiva, sino también la palanca de la “planificación”
económica activa. En él, cada cifra no es solamente una simple fotografía, sino también una guía. El
cuadro de las cifras de control está establecido por un órgano que se encuentra a la cabeza -¡y hasta qué
punto!- de las posiciones dominantes de la economía. Si este cuadro menciona que en el año 1925-26
nuestra exportación debe pasar de los cuatrocientos sesenta y dos millones de rublos del presente año a
mil doscientos millones de rublos, es decir aumentar en un 160%, no se trata de una simple previsión,
sino realmente de una orden: es necesario hacerlo. Sobre las bases de lo existente, se indica en él lo que
se puede realizar. Si el cuadro nos dice que las inversiones de capitales en la industria (es decir, los
gastos para la renovación y la extensión del capital de base) deben elevarse a novecientos millones de
rublos, no se trata en ese caso de una exposición de cifras insignificantes, sino de un deber
estadísticamente motivado, y de la mayor importancia. El cuadro se ha efectuado así desde el principio
hasta el fin. Representa una conjunción dialéctica de previsión teórica y de voluntad práctica, es decir:
la reunión de las condiciones y tendencias objetivas y calculadas, y de tareas subjetivamente
determinadas del Estado obrero y campesino que gobierna. En esto consiste la diferencia fundamental
entre el “cuadro de conjunto” de la Comisión de Planificación del Estado y todas las visiones globales,
estadísticas, cálculos y determinaciones realizadas por adelantado por un Estado capitalista cualquiera.
Como veremos, en este punto se encuentra la enorme superioridad de nuestros métodos socialistas
sobre los métodos capitalistas.
Sin embargo, el cuadro de control estadístico no proporciona una estimación de los métodos
económicos del socialismo en general, sino de su aplicación en condiciones determinadas, es decir a lo
largo de una cierta etapa de la Nueva Política Económica. Los procesos económicos elementales
pueden ser recogidos principalmente de un modo objetivo, estadístico. En cuanto a los mecanismos
dirigidos económicamente por el Estado, “entran en el mercado” en una cierta etapa y son reunidos por
métodos de mercado al proceso elemental, casi incontrolable (consecuencia principal de la economía
campesina “fragmentaria” que juega tan gran papel entre nosotros). En el período actual, la
administración planificada consiste precisamente en gran parte en la ligazón de los procesos
económicos que son controlados y dirigidos, y aquellos que se realizan según las leyes propias del
mercado. En otras palabras: en nuestra economía, tendencias socialistas (con un grado de desarrollo
variable) se unen y entrelazan con tendencias capitalistas que, por su parte, no presentan idéntico grado
de madurez. Las cifras de control reflejan el entrelazamiento de estas dos categorías de procesos y
revelan de este modo las componentes de las fuerzas de desarrollo. En este punto se encuentra la
significación del plan provisional para el socialismo.
Sabemos desde siempre, y nunca lo hemos ocultado, que los procesos económicos que se desarrollan
en nuestro país encierran estas contradicciones, porque significan la lucha entre dos sistemas
-socialismo y capitalismo- que se excluyen mutuamente. Por el contrario, la pregunta histórica de Lenin
ha sido formulada justo en el momento de la transición hacia la NEP, en dos palabras y del modo
siguiente: “¿Quién derrotará a quién?” Los teóricos mencheviques, con Otto Bauer a la cabeza,
saludaron con condescendencia a la NEP como una verdadera capitulación, debida al empleo anterior
de métodos prematuros, violentos, “bolcheviques”, de la economía socialista ante un capitalismo
seguro y experimentado. Los temores de unos y las esperanzas de otros quedaron sometidos a una
experiencia muy seria, cuyo resultado ha encontrado expresión en las cifras de control de nuestro
Estado.
Su importancia consiste en parte en el hecho de que no se tiene ya el derecho a usar lugares comunes
respecto a los elementos socialistas y los elementos capitalistas de nuestra economía (respecto al plan
“en general” y a lo incontrolable “en general”). Porque, aunque todavía de un modo burdo y
provisional, somos conscientes de nuestra condición. Hemos establecido las relaciones recíprocas del
socialismo y del capitalismo en nuestra economía, cuantitativamente. Para hoy y para mañana. Ello nos
ha proporcionado datos de gran valor para poder responder a esta pregunta histórica: ¿quién derrotará a
quién?
Capítulo II
La NEP y el campesinado
Todo lo que ha sido dicho hasta el momento no significa otra cosa que caracterizar la importancia
metodológica del cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado, es decir que hemos
indicado la enorme importancia del hecho de haber, finalmente, adquirido la posibilidad de llevar a
cabo un juicio sobre todos los procesos fundamentales de nuestra economía, en sus relaciones y su
desarrollo, y que hemos alcanzado de este modo un punto de apoyo para una política de planificación
incomparablemente más consciente y más claramente previsora (y esto no solamente en el campo de la
economía). Pero, ciertamente, lo que es, con mucho, más importante para nosotros, es el contenido
inmediato, material, del cuadro de conjunto, es decir las cifras reales, por medio de las cuales la tabla
caracteriza nuestro desarrollo social.
Para obtener una respuesta justa a la cuestión: ¿hacia el socialismo o hacia el capitalismo?, es preciso
ante todo formular la pregunta de una manera justa. Esta última se divide según su sentido en tres subpreguntas:
1. ¿Se desarrollan entre nosotros las fuerzas productivas?; 2. ¿En qué formas sociales se
efectúa este desarrollo?; 3. ¿Cuál es la marcha de este desarrollo?
La primera cuestión es la más simple y, al mismo tiempo, la más esencial. Sin el desarrollo de las
fuerzas productivas ni el capitalismo ni el socialismo son imaginables. El comunismo de guerra,
producto de una necesidad histórica de hierro, se ha agotado rápidamente tras haber detenido el
desarrollo de las fuerzas de producción. El principio imperativo elemental de la NEP consistía en el
desarrollo de las fuerzas de producción considerado como base de un movimiento social cualquiera. La
NEP fue acogida por la burguesía y por los mencheviques como un paso necesario (pero evidentemente
insuficiente) hacia el desencadenamiento de las fuerzas de producción. Los teóricos mencheviques
-tanto los del tipo Kautsky como los del tipo Otto Bauer- aprobaban la NEP porque la consideraban la
aurora de una restauración capitalista en Rusia. Añadían: o bien la NEP derrocará la dictadura
bolchevique (lo que sería la salida “buena”), o bien la dictadura bolchevique derrocará la NEP (la salida
“lamentable”). La tendencia del grupo Smena Wech[3] en su forma original procedía de la creencia de
que la NEP aseguraría el desarrollo de las fuerzas de producción en la forma capitalista. Y, he aquí que
el cuadro de conjunto de la Comisión del Plan del Estado nos proporciona elementos serios para
responder no solamente a esta cuestión del desarrollo general de las fuerzas de producción, sino
también a la cuestión de saber en qué forma social este desarrollo se abre camino.
Evidentemente, no ignoramos que la forma social de nuestro desarrollo económico tiene una
naturaleza dual, porque está fundada en la colaboración y la lucha de métodos, formas y fines
capitalistas y socialistas. Es la Nueva Política Económica quien asigna a nuestro desarrollo tales
condiciones. Diría incluso que es esto precisamente lo que caracteriza fundamentalmente a la NEP.
Pero no es suficiente presentar las contradicciones de nuestro desarrollo de un modo tan general.
Buscamos y exigimos para nuestras contradicciones económicas medidas de comparación tan exactas
como sea posible, es decir no solamente los coeficientes dinámicos del desarrollo considerado en su
conjunto, sino también coeficientes de comparación que muestren el peso propio de una u otra
tendencia. Demasiadas cosas, o más exactamente: todo, depende de la respuesta que se dé a esta
cuestión, tanto en política interior como en política exterior.
Para abordar la cuestión bajo su aspecto más importante diremos: sin una respuesta a la cuestión de las
relaciones de fuerza entre las tendencias capitalistas y las tendencias socialistas, sin una respuesta a la
cuestión de la dirección en la que las relaciones de sus pesos específicos se modifican con el
crecimiento de las fuerzas de producción, no es posible hacerse una idea clara y perfectamente válida
sobre las perspectivas y los peligros posibles de nuestra política campesina.
En efecto, si apareciera que con el desarrollo de las fuerzas de producción las tendencias capitalistas
aumentaran a costa de las tendencias socialistas, esta expansión del volúmen de las relaciones
capitalistas en la aldea podría tener una importancia fatal y podría conducir de una manera definitiva a
un desarrollo en el sentido del capitalismo. E inversamente: si, en la economía general del país, el valor
propio del proceso de la economía de Estado, es decir en nuestro caso del proceso socialista aumenta,
la “liberación” mayor o menor de las fuerzas capitalistas en el campo únicamente se efectúa en el
interior de los límites de una relación de fuerzas dada, y las preguntas de cómo, cuándo y hasta qué
punto serán definidas en una forma puramente objetiva. En otras palabras: si las fuerzas de producción
que se encuentran en manos del Estado y le aseguran todas las “palancas de mando” no se limitan a
aumentar rápidamente en forma absoluta, sino que aumentan más rápidamente que las fuerzas de la
producción capitalista privada en la ciudad y en el campo; si este proceso es confirmado por la
experiencia del período de reconstrucción más difícil, entonces es evidente que a pesar de una cierta
ampliación de las tendencias capitalistas (intercambio de mercancías), que provienen de las tendencias
profundas del campesinado, no corremos ningún peligro de quedar expuestos a eventualidades
económicas fatales, a una transformación rápida de la cantidad en calidad, es decir a un giro brusco
hacia el capitalismo.
En tercer lugar, tenemos que responder a esta cuestión: ¿qué significa el ritmo de nuestro desarrollo
desde el punto de vista de la economía mundial? En un primer momento pudiera parecer que a pesar de
la importancia de esta pregunta, es de una naturaleza subsidiaria: es ciertamente deseable llegar “lo más
rápido posible” al socialismo, pero estando asegurada la marcha hacia adelante debido al desarrollo
victorioso de las tendencias socialistas en las condiciones de la NEP, la velocidad puede parecer de
importancia relativa. Sin embargo, este punto de vista es falso. Tal conclusión estaría justificada (e
incluso no del todo en este caso), si nuestra economía fuera autosuficiente (autárquica). Pero no es así.
Precisamente gracias a nuestros éxitos hemos entrado en el mercado mundial, es decir en el sistema
mundial de división del trabajo. Y con ello nos encontramos siempre en el cerco capitalista. En estas
condiciones, el ritmo de nuestro desarrollo económico determinará la fuerza de nuestra resistencia
respecto a la presión económica del capitalismo mundial y a la presión militar y política del
imperialismo mundial. En estos momentos, es necesario tener en cuenta estos factores.
Si abordamos con nuestras cuestiones de “control” el cuadro de conjunto y el comentario de la
Comisión de Planificación del Estado, nos damos fácilmente cuenta que a las dos primeras cuestiones:
1. desarrollo de las fuerzas de producción, y 2. forma social de este desarrollo, el cuadro nos da no
solamente una respuesta clara y precisa, sino también una respuesta muy satisfactoria. Y en lo referente
a la tercera pregunta: la velocidad, acabamos -en el curso de nuestro desarrollo económico- de llegar al
momento en que se plantea a escala internacional. Pero, también sobre este tema, veremos que la
respuesta favorable a las dos primeras preguntas origina inmediatamente los datos favorables para la
solución del tercer problema. Este último será el criterio más elevado, la prueba más difícil a la que
será sometido nuestro desarrollo económico en el período que comienza.
Capítulo III
El desarrollo de las fuerzas productivas
El rápido restablecimiento de nuestras fuerzas de producción es un hecho conocido y las cifras del
cuadro de conjunto los ilustran muy bien. Si se efectúa el cálculo de la producción según los precios de
preguerra, la producción agrícola del año 1924-25 (que comprende la mala cosecha de 1924) asciende
al 71% de la buena cosecha del año 1913. El próximo año fiscal 1925-26, que cuenta en su activo la
buena cosecha del presente año, promete, según las últimas indicaciones, superar la producción
agrícola de 1913, y sólo será un poco inferior a la del año 1911. En los últimos años la producción
global de trigo no ha alcanzado nunca los tres mil millones de puds, mientras que la cosecha de este
año es estimada en unos 4,1 mil millones de puds[4].
Nuestra industria ha alcanzado a lo largo de este año (1924-25), según el valor de sus productos, el
71% de la producción del mismo año “sano” de 1913. El año próximo, en ningún caso alcanzará menos
del 95% de la producción de 1913, es decir, habrá completado prácticamente su recuperación. Si se
recuerda que en 1920 nuestra producción había descendido hasta encontrarse entre un quinto y un sexto
de la productividad anterior de nuestras industrias, se apreciará en su justo valor la velocidad de nuestro
proceso de reconstrucción. La producción de la gran industria ha aumentado desde 1921 en más del
triple. Nuestras exportaciones, que no han alcanzado los quinientos millones de rublos en el presente
año, prometen conseguir el próximo año más de mil millones. Nuestras importaciones se desarrollan
del mismo modo. La hacienda estatal promete pasar de dos mil quinientos millones a más de tres mil
quinientos millones de rublos. Se trata de cifras de control fundamentales. La calidad de nuestros
productos, aunque sea todavía muy imperfecta, ha mejorado sin embargo notablemente si lo
comparamos con el primer y segundo año de la NEP. Por consiguiente, a la cuestión ¿cómo se
desarrollan nuestras fuerzas de producción?, obtenemos esta respuesta extremadamente enérgica: la
“liberación” del mercado ha dado a las fuerzas de producción un impulso poderoso.
Pero, precisamente el hecho de que el impulso haya partido del mercado -es decir, de un factor de
orden económico capitalista- ha sido y continúa siendo un alimento de la maligna alegría de los
teóricos y de los políticos burgueses. Parecía que la nacionalización de la industria (1917-19) y los
métodos económicos del plan quedaban irremediablemente comprometidos por el simple paso hacia la
NEP y los éxitos económicos indudables de esta última. Y por esta razón sólo la respuesta a la segunda
pregunta planteada por nosotros -la cuestión de la forma social de la economía- puede permitir hacer
una evaluación socialista de nuestro desarrollo. Las fuerzas de producción crecen, por ejemplo, también
en Canadá, país “fertilizado” por el capital de Estados Unidos. Crecen en India, a pesar de las cadenas
de la esclavitud colonial. Finalmente, un crecimiento de las fuerzas de producción se produce
igualmente a partir de 1924, bajo la forma de proceso de reconstrucción, en la Alemania del plan
Dawes. Pero, en todos estos casos, se trata de un desarrollo capitalista. Es precisamente en Alemania
donde los planes de nacionalización, que en 1919-20 estaban tan en boga -al menos en los libros
pomposos de los socialistas de cátedra y de personajes estilo Kautsky-, se encuentran actualmente
dejados de lado como “viejos” y, bajo la rigurosa tutela americana, el principio de la iniciativa
capitalista “privada” con los dientes partidos y una mandíbula desencajada, atraviesa una “segunda
juventud”.
¿Qué ocurre en nuestro país a este respecto? ¿En qué forma social se produce entre nosotros el
desarrollo de las fuerzas de producción? ¿Vamos hacia el capitalismo o hacia el socialismo?
La nacionalización de los medios de producción es la condición de la economía socialista. ¿Ha
respondido esta condición a las pruebas de la NEP? ¿La distribución de bienes en el mercado ha
conducido al debilitamiento o al reforzamiento de la nacionalización?
El cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado proporciona un material excelente
para la juzgar el efecto recíproco de la lucha entre las tendencias socialistas y las tendencias capitalistas
en nuestra economía. Poseemos cifras de “control” absolutamente seguras que se extienden al capital
básico, a la producción, al capital comercial y, en general, a todos los procesos económicos esenciales.
Las cifras más vulnerables son probablemente las que indican la distribución del capital básico; pero
esta vulnerabilidad se aplica más a las cifras absolutas que a su relación mutua, y esto último es por
supuesto, lo que más nos preocupa ahora. Según las indicaciones de la Comisión de Planificación del
Estado, un capital fijo de al menos once mil setecientos millones de rublos-oro pertenecía -“según la
evaluación más modesta” y a comienzos del año económico en curso- al Estado, quinientos millones de
rublos-oro a las cooperativas; y siete mil quinientos millones de rublos-oro a las firmas privadas, casi
todas campesinas. Es decir, que más del 62% de la masa total de los medios de producción está
socializada, y se trata de las partes técnicamente más fuertes. Queda aproximadamente un 38% no
socializado.
En lo que se refiere a la agricultura no son precisamente los resultados de la nacionalización del suelo
sino los de la liquidación de los latifundios feudales los sometidos a examen. Los resultados son muy
interesantes e instructivos. La liquidación de los bienes feudales y, en general, de los bienes territoriales
que exceden las proporciones de la economía campesina, ha conducido a una liquidación casi total de
las grandes explotaciones agrícolas, entre las cuales es preciso contar las granjas modelo. Esta fue una
de las razones -aunque no fue una razón decisiva- de la pasajera regresión de la agricultura. Pero ya
hemos visto que con la cosecha de este año la producción agrícola alcanzó el nivel de preguerra, y esto
ocurrirá sin las grandes propiedades territoriales y sin las granjas “modelo” capitalistas. Y el desarrollo
de la agricultura liberada de los grandes propietarios no ha hecho más que empezar. La “liquidación”
de la clase feudal terrateniente se prueba en sí misma como económicamente importante. Tal es nuestra
primera conclusión significativa.
En lo referente a la nacionalización de la tierra, todavía no ha podido ser sometida a una prueba real a
causa de la dispersión del pequeño campesinado. El barniz “populista” que inevitablemente se asociaba
en el primer período, con la socialización de la tierra ha caído también de un modo inevitable.
Simultáneamente sin embargo, la importancia de la nacionalización como una medida de un carácter
esencialmente socialista cuando es aplicada bajo la dirección de la clase obrera ha mostrado con
suficiente claridad su inmensa significación en el desarrollo ulterior de la agricultura. Gracias a la
nacionalización de la tierra hemos asegurado al Estado posibilidades ilimitadas en el campo del reparto
de las tierras. Ningún muro de una propiedad privada o colectiva nos será un obstáculo para la
adaptación de las formas de utilización de los terrenos a las necesidades del proceso de producción. Por
el momento, apenas el 4% de los medios de producción agrícola han sido colectivizados; los restantes,
el 96%, se encuentran bajo la posesión privada de los campesinos. Pero es necesario no perder de vista
que los medios de producción agrícolas, tanto los de los campesinos como los del Estado, superan en
muy escasa medida una tercera parte del conjunto de los medios de producción de toda la Unión
Soviética. Sería superfluo explicar que el significado de la nacionalización de la tierra no puede
manifestarse completamente más que como resultado final de un gran desarrollo de la técnica agrícola
y de la colectivización de la agricultura que debe resultar de ella; es decir, en la perspectiva de una serie
de años. Pero nos dirigimos hacia esa meta.
Capítulo IV
La solidez de la industria nacionalizada
Para nosotros, que somos marxistas, era absolutamente claro, incluso antes de la revolución, que la
construcción socialista de la economía debía comenzar precisamente por la industria y los transportes
mecánicos, y extenderse a partir de ellos a las aldeas. Por esta razón, un examen apoyado en las cifras
de la actividad de la industria nacionalizada es la prueba fundamental del desarrollo socialista de
nuestra economía de transición.
En el campo de la industria, la socialización de los medios de producción es del 89% y, si comparamos
en ella los transportes por ferrocarril, del 97%; en la industria pesada, considerada aisladamente, es del
99%. Estas cifras indican que el sistema de propiedad que resultó de la nacionalización no han sufrido
cambios a expensas del Estado. Esta circunstancia, por sí sola, es de la mayor importancia. Pero lo que
nos interesa fundamentalmente es otra cosa: ¿en qué porcentaje los medios de producción socializados
participan en la producción anual?; es decir: ¿cuán eficientemente el Estado emplea los medios de
producción de los que se apropia? He aquí lo que indica sobre este tema el cuadro de conjunto de la
Comisión de Planificación del Estado: la industria nacionalizada y las cooperativas han producido en
1923-24, el 76,3% de la producción bruta; este año ha producido el 79,3% y, según las previsiones de la
Comisión de Planificación del Estado, se espera alcanzar el 79,7% el próximo año. En lo referente a la
industria privada, su participación en la producción en 1923-24 era del 23,7%, en 1924-25 del 20,7% y
para el año próximo se prevé un 20,3%. Las cifras previstas para el año próximo, por prudentemente
que hayan sido calculadas, es decir, la comparación entre la dinámica de la producción estatal y la
producción privada, en el interior de la suma total de mercancías producidas en el país, alcanza una
importancia enorme. Vemos que a lo largo del pasado año y del presente, es decir, en los años de
desarrollo económico difícilmente llevado a cabo, la participación de la industria de Estado ha
aumentado en un 3%, mientras que la participación de la industria privada ha disminuido en una
cantidad similar. Es en este porcentaje en el que ha crecido la preponderancia del socialismo sobre el
capitalismo en este período de tiempo. El porcentaje puede parecer débil, pero en realidad su
significación sintomática es, como vamos a ver, enorme.
¿En qué podía consistir el peligro en el momento de la transición hacia la Nueva Política Económica y
en todos los primeros años de ésta? Ha consistido en que el Estado, debido al total agotamiento del
país, habría podido mostrarse incapaz de levantar de nuevo las grandes empresas industriales en un
tiempo suficientemente corto. Teniendo en cuenta el trabajo completamente insuficiente de las grandes
fábricas en aquel momento (trabajaban a un 10 o 20% de su capacidad), las fábricas medianas, las
pequeñas e incluso las dedicadas al trabajo en domicilio (artesanado) podían obtener, por su capacidad
de adaptación, por su “elasticidad”, un predominio inmenso: la “liquidación” del primer período, que
representaba el tributo socialista al capitalismo a cambio de iniciar el funcionamiento de las fábricas y
edificios confiscados al capital, tenía el peligro de entregar una gran parte de la fortuna del Estado a
todo tipo de mercaderes, agentes y especuladores. El artesanado a domicilio y los pequeños talleres
fueron los primeros en respirar de nuevo en la atmósfera de la NEP. La combinación del capital
financiero privado con la pequeña industria privada, de la que formaba parte el artesanado, hubiera
podido conducir a un proceso suficientemente rápido de acumulación capitalista primitiva por los
métodos antiguos. Debido a ello, existía la amenaza de una pérdida de velocidad tan grande que
hubiera podido llegar a arrancar las riendas de la dirección económica de las manos del Estado obrero
con una fuerza espantosa. Naturalmente, no queremos decir en absoluto que cada incremento pasajero o
incluso constante del peso específico de la industria privada en el cuadro de las transacciones generales
encierre en sí mismo consecuencias catastróficas e incluso fatales. En este caso también la calidad
depende de la cantidad. Si resultara de las cifras de conjunto que el “peso específico”, la parte de la
producción capitalista privada, ha aumentado en los dos o tres últimos años en 1-2-3%, ello en modo
alguno convertiría la situación en amenazadora; la producción nacionalizada alcanzaría siempre las tres
cuartas partes de la masa total. Sería un problema absolutamente resoluble recuperar la pérdida de
velocidad en este momento en que las grandes fábricas han alcanzado gran parte de su capacidad. Si
hubiera resultado que la parte de la producción capitalista privada había aumentado en un 5 o un 10%,
se hubiera podido tomar la situación un poco más en serio, aunque este resultado, obtenido en el primer
período -el de la reconstrucción-, no significaría de ninguna manera que la nacionalización sea
económicamente desfavorable. La conclusión consistiría únicamente en esto: en que la parte más
importante de la industria nacionalizada no ha desplegado todavía la fuerza de desarrollo necesaria.
Mayor importancia tiene que, llegado a su fin el primer período de la NEP -únicamente ocupado por la
reconstrucción, y que era para el Estado el período más difícil y más peligroso- la industria
nacionalizada no solamente no ha perdido ninguna de sus preponderancias en favor de la industria
privada, sino que, por el contrario, ha hecho descender a ésta en un 3%. ¡Tal es el enorme significado
sintomático de esta pequeña cifra!
Nuestra conclusión gana todavía en claridad si examinamos las indicaciones que se refieren no
solamente a la producción, sino también a las cifras del comercio. Durante la primera mitad del año
1923, el capital privado ha participado en el comercio interno con alrededor del 50%, y en la segunda
mitad de este año más o menos el 26%. En otras palabras, el peso específico del capital privado en el
comercio interno ha disminuido en estos dos años de la mitad a un cuarto. No se ha alcanzado este
resultado mediante un simple “estrangulamiento del comercio”, porque en el mismo período la cifra del
comercio estatal y de las cooperativas ha aumentado en más del doble. De este modo, por lo tanto, una
disminución de su papel social es perceptible no solamente en la industria privada, sino también en el
comercio privado. Y esto mientras que, las fuerzas productivas y el volúmen del comercio han crecido.
Como hemos visto, el cuadro de conjunto prevé para el año en curso una nueva disminución, aunque
pequeña, del peso específico de la industria privada y del comercio privado. Podemos esperar con toda
tranquilidad la verificación en la realidad de esta previsión. En absoluto es preciso representarse la
victoria de la industria de Estado sobre la industria privada como una línea continuamente ascendente.
Puede haber en ella períodos en los que el Estado, dependiendo de sus fuerzas económicamente
protegidas y de su deseo de acelerar el ritmo de su desarrollo, permita conscientemente que tenga lugar
un aumento momentáneo del peso específico de las empresas privadas: en la agricultura bajo la forma
de explotaciones “fuertes”, es decir, explotaciones del tipo granja capitalista en la industria y también
en la agricultura bajo la forma de concesiones. Si se toma en consideración el carácter extremadamente
“atomizado”, el carácter “minúsculo” de la mayor parte de nuestra industria privada, sería ingenuo
creer que cada aumento del peso específico de la producción privada más allá del 20,7% de este
momento signifique inevitablemente algún tipo de amenaza para la construcción socialista. En general
sería falso establecer en este punto un límite fijo. La cuestión no está determinada por un límite formal,
sino por la dinámica general del desarrollo. Y el estudio de esta dinámica demuestra que en el período
más difícil, durante el cual las grandes factorías mostraban más sus cualidades negativas que las
positivas, el Estado ha resistido al primer ataque del capital privado con un éxito completo. En el
momento en que se produce un cierto crecimiento más rápido, durante los dos últimos años, la relación
de las fuerzas económicas provocada por la insurrección revolucionaria se ha desplazado, según las
previsiones, a favor del Estado. Ahora que las posiciones principales se encuentran mucho más
firmemente aseguradas -debido precisamente a que las grandes fábricas se acercan a un rendimiento del
100%-, no puede haber motivo alguno para temer cualquier tipo de cambios inesperados, mientras que
se trate de factores internos de nuestra economía.
Capítulo V
La coordinación entre la ciudad y el campo
Para la cuestión de la ligazón, es decir, de la coordinación del trabajo económico de ciudad y del
campo, el cuadro de conjunto proporciona indicaciones[5] fundamentales y, por ello mismo, en extremo
convincentes.
Según se deduce del cuadro, el campesinado arroja al mercado menos de un tercio de su producción
bruta, y esta masa de mercancías constituye más de un tercio del total.
La relación entre la cantidad de mercancías agrícolas y la cantidad de mercancías industriales se mueve
dentro de estrechos límites en una proporción próxima a 37:63.
Esto significa: si se evalúan las mercancías no según las unidades de medida: pud y archina, sino en
rublos, descubriremos que algo más de un tercio de las mercancías en el mercado son agrícolas y algo
menos de dos tercios son urbanas, es decir, industriales. Ello se explica por el hecho de que la aldea
satisface sus propias necesidades en gran medida, evitando de este modo el mercado, mientras que la
ciudad lanza casi toda su producción al mercado. La economía de consumo campesina, tan dispersa, se
excluye del mercado en más de dos tercios, y sólo el tercio restante influye de un modo inmediato en la
economía del país. La industria, por el contrario, participa por esencia de un modo inmediato en el
comercio total del país; porque el tráfico “interno”, en el interior de la industria, de los trusts e incluso
de las corporaciones, que disminuye la cantidad de mercancías producidas en un 11%, no solamente no
hace menor la influencia de la industria en el proceso de conjunto de la economía, sino que, por el
contrario, la refuerza.
Pero si la cantidad de productos agrícolas consumidos por el campesinado no influye en el mercado,
ello no significa naturalmente que no influya en la economía. Representa, en la situación económica
dada, la base natural, necesaria, del tercio de mercancías de la producción campesina que va al
mercado. Por su parte, este tercio es el valor por el cual la aldea exige de la ciudad un contravalor
equivalente. Ello demuestra claramente la enorme importancia de la producción campesina en general
(y en particular del tercio de mercancías que van al mercado) para la economía general. La realización
de la cosecha, y sobre todo la operación de exportación, es uno de los factores más importantes de
nuestro balance económico anual. La mecánica del enlace de la ciudad y la aldea se convierte en tanto
más complicada cuanto más extensa es. Desde hace algún tiempo, ello no se reduce a que tantos y
tantos puds de trigo campesino sean intercambiados contra tantas y tantas archinas de algodón. Nuestra
economía ha entrado en el sistema mundial. Ello ha añadido nuevos eslabones a la cadena de unión
entre la ciudad y el campo. El trigo campesino es cambiado por oro extranjero. El oro, por su parte, es
convertido en máquinas, instrumentos agrícolas y herramientas que hacen falta tanto en la ciudad como
en el campo. Maquinaria textil, obtenida gracias al oro conseguido mediante la exportación de trigo,
renueva el utillaje de la industria textil, disminuyendo, por ello mismo, los precios de los tejidos
destinados al campo. El movimiento circulatorio se convierte en extraordinariamente complicado, pero
su base continúa siendo ahora como antes una cierta relación económica entre la ciudad y el campo.
Sin embargo, no hay que olvidar en ningún momento que esta relación es una relación dinámica y que
el principio dirigente en esta complicada dinámica es la industria. Es decir, que, aunque la producción
agrícola, y concretamente su parte destinada al comercio, imponga límites determinados al desarrollo
de la industria, estos límites no son, sin embargo, fijos e inmóviles. Es decir, que la industria no está
obligada a desarrollarse únicamente conforme al crecimiento de las cosechas. No, la dependencia
recíproca es mucho más complicada. La industria, apoyándose en la aldea, sobre todo a través de su
aportación de productos manufacturados, y desarrollándose gracias al crecimiento de la aldea, se
convierte también ella misma en un mercado cada vez más potente.
Ahora que la agricultura y la industria se acercan al final del proceso de reconstrucción, el papel de
fuerza motriz incumbirá en una medida incomparablemente mayor que antes a la industria. El problema
de la influencia socialista de la ciudad sobre el campo no solamente gracias a mercancías más baratas,
sino también gracias a la perfección cada vez mayor de las herramientas destinadas a la producción
agrícola, que obliga a la introducción de la explotación colectiva de la tierra, este problema se plantea
ahora a nuestra industria con un carácter concreto y en toda su amplitud.
La reconstrucción socialista de la agricultura no se realizará naturalmente mediante las cooperativas,
consideradas como forma pura de organización, sino mediante cooperativas apoyadas en la
mecanización de la agricultura, su electrificación y su industrialización general. Es decir, que el
progreso técnico y socialista de la agricultura no puede ser separado de un predominio creciente de la
industria en la economía general del país. Y esto, a su vez, significa que en el desarrollo económico
futuro el coeficiente dinámico de la industria sobrepasará al coeficiente dinámico de la agricultura. Al
principio, lentamente; luego, cada vez con mayor rapidez, hasta el momento en que esta oposición
habrá finalmente terminado por desaparecer.
Capítulo VI
Los logros del socialismo en la industria
La producción total de la industria ha superado en 1924-25 la producción del año precedente en un
48%. Para el año próximo se puede esperar, con relación a este año, un crecimiento del 33% (si no se
tiene en cuenta la disminución de los precios). Pero las diferentes categorías de factorías industriales no
se desarrollan uniformemente.
Las grandes factorías han tenido en el año actual un crecimiento de la producción del 64%. El segundo
grupo, que denominaremos provisionalmente como grupo de factorías medias, ha tenido un aumento
del 55%. Las pequeñas fábricas sólo han aumentado su producción en el 30%. Por consiguiente,
estamos es una situación en que los adelantos de las grandes factorías respecto a las factorías medianas
y pequeñas son muy pronunciados ya. Pero esto no significa, en modo alguno, que hayamos realizado
ya plenamente las posibilidades que encierra la economía socialista. En cuanto que en este punto se
trata de la superioridad, desde el punto de vista de la producción, de las grandes fábricas respecto a las
medianas y a las pequeñas fábricas, únicamente gozamos por ahora de las ventajas que son propias de
las grandes fábricas, al igual que en el capitalismo. La estandarización de los productos a escala
nacional, la racionalización de los procesos de producción, la especialización de las explotaciones, la
transformación de todas las plantas industriales en partes de una única organización manufacturera de
toda la Unión Soviética en su totalidad, la ligazón real según un plan de los procesos de producción de
la industria pesada y de la industria de transformación; estas tareas fundamentales de la producción
bajo el socialismo, recién están empezando a recibir nuestra atención. Las posibilidades se extienden
hasta el infinito, y ellas nos permitirán en algunos años superar nuestros niveles anteriores. Pero esto es
un problema del futuro y de él hablaremos posteriormente.
Hasta el momento, las ventajas logradas por el manejo estatal de la economía no han sido utilizadas en
el campo de la producción misma, es decir, en la organización y coordinación del proceso material de
producción, sino en el de la distribución: el abastecimiento de las materias primas, equipamiento, etc., a
ramas individuales de la industria, o para usar el lenguaje del mercado, la inversión de capital operativo
y parcialmente de capital original. Libre de las cadenas de la propiedad privada, el Estado podía, por
medio del presupuesto estatal, por medio de la banca estatal, de la banca industrial, etc., dirigir los
medios efectivos en cada momento allí donde el mantenimiento o la reposición o el crecimiento del
proceso económico los habían convertido en necesarios. Esta ventaja de los métodos económicos
socialistas ha jugado en estos últimos años un papel auténticamente salvador.
A pesar de ciertos fallos y errores burdos en la distribución de los recursos, hemos sin embargo
dispuesto de ellos de un modo incomparablemente más económico y más oportuno que lo que hubiera
ocurrido en el caso de un proceso capitalista de reconstrucción de las fuerzas de producción. Sólo
gracias a esta circunstancia hemos podido alcanzar en tan poco tiempo y sin préstamos extranjeros
nuestra situación actual.
Pero esto no agota la cuestión. La economía, y por lo tanto la conveniencia social del socialismo, se
muestra igualmente en el hecho de que ha liberado el proceso de reconstrucción de la economía de
todos los gastos superfluos que benefician a las clases parasitarias. Es un hecho cierto que nos
aproximamos al nivel de producción de 1913, y aunque el país es mucho más pobre que antes de la
guerra. Ello significa que alcanzamos los mismos resultados de producción con gastos sociales
adicionales más pequeños: se han suprimido los gastos propios de la monarquía, la nobleza, la
burguesía, las capas intelectuales privilegiadas; en suma, todas las cosas superfluas que arrastra en sí
mismo el mecanismo capitalista[6]. Porque abordamos la tarea en una forma socialista, nos ha sido
posible movilizar inmediatamente una porción muy superior de los recursos materiales existentes, y
todavía muy limitados, dirigiéndolos a la producción, y preparar de este modo para la próxima etapa
una mejora más rápida del nivel de vida material de la población.
Nuestra tierra se encuentra por consiguiente nacionalizada, y el campesinado, cuya producción de
mercancías es un poco más de un tercio de los valores negociados en el mercado, se encuentra
atomizado. No hay más que un 4% de capitales socializados en la agricultura.
Tenemos una industria cuyo capital básico está socializado en un 89%, y esta industria socializada
proporciona más del 79% de la producción industrial bruta.
El restante 11% de los medios de producción no socializados producen por consiguiente más del 20%
de la producción bruta[7]. La participación de la producción del Estado está creciendo.
Los transportes por ferrocarril han sido socializados en un 100%. El uso de los transportes aumenta sin
cesar; en 1921-22 alcanzaba más o menos un 25% del rendimiento de la época de paz; en 1922-23, el
37%; en 1923-24, el 44%, y en 1924-25 superará la mitad del rendimiento de preguerra. Para el año
próximo, se prevé el 75% del tráfico de mercancías de preguerra.
En el campo del comercio los medios socializados, es decir los medios del Estado y los medios
cooperativos alcanzan el 70% del capital total que participa en el movimiento, y esta parte aumenta
continuamente.
El comercio exterior se encuentra completamente socializado y el monopolio estatal sigue siendo un
principio inmutable de nuestra economía política. El volumen total del comercio exterior alcanzará el
año próximo dos mil doscientos millones de rublos. La participación del capital privado en esta cifra
-agregando los bienes de contrabando, lo que debería ser incluido- no debe llegar al 5%.
Los bancos y en general todo el sistema de crédito se encuentran socializados casi al 100%. Y este
aparato que crece poderosamente cumple su deber de un modo cada vez más elástico y con una
capacidad cada vez mayor, movilizando el dinero líquido para la realización del proceso de producción.
El presupuesto del Estado alcanza los tres mil setecientos millones de rublos y representa el 13% de los
ingresos nacionales brutos (veintinueve mil millones), o el 24% de la suma de mercancías (quince mil
doscientos millones).
El presupuesto se convierte en una palanca interior poderosa para el avance económico y cultural del
país. Estas cifras son las del cuadro de conjunto.
Es preciso atribuir a estas cifras una importancia histórica. La actividad de los socialistas, que ya lleva
más de cien años, que ha comenzado por utopías y ha conducido, posteriormente a teorías científicas,
ha sufrido por vez primera una “prueba” económica enorme que dura más de ocho años. Todo lo que ha
sido escrito sobre el socialismo y el capitalismo, la libertad y la tiranía, la dictadura y la democracia, ha
pasado por el test ácido de la revolución de Octubre y ha tomado una nueva forma, incomparablemente
más concreta. Las cifras de la Comisión de Planificación del Estado son el primer balance -aunque
imperfecto- del primer capítulo de la gran tentativa: transformar la sociedad burguesa en sociedad
socialista. Y este balance es totalmente favorable al socialismo.
Ningún país había quedado más devastado y agotado por una serie de guerras que la Rusia soviética.
Los países capitalistas que más han sufrido durante la guerra, sin excepción, no han podido alzar
cabeza sin la ayuda de capitales extranjeros. Sólo el país de los soviets, una vez el más atrasado de
todos, el más devastado y el más agotado por las guerras y las conmociones revolucionarias, se ha
levantado de la pobreza completa por sus propias fuerzas, a pesar de la intervención hostil de todo el
mundo capitalista. Sólo gracias a la abolición completa de la propiedad feudal y de la propiedad
burguesa, gracias a la nacionalización de todos los medios de producción fundamentales, gracias a los
métodos socialistas de Estado, y gracias a la movilización y distribución de los recursos necesarios, la
Unión Soviética se ha levantado del polvo y se convierte en un factor cada vez más poderoso de la
economía mundial. Del cuadro de conjunto de la Comisión de Planificación del Estado, hilos
ininterrumpidos remontan hasta el Manifiesto Comunista de 1847 de Marx y Engels, y hacia adelante,
hacia el futuro socialista de la humanidad. El espíritu de Lenin vive en estas áridas columnas de cifras.
CAPITULO VII
Rusia y el mundo capitalista
En las circunstancias históricas dadas el hecho de alcanzar el nivel de preguerra, no solamente en
cuanto a la cantidad, sino también en cuanto a la calidad, es un éxito inmenso. Nuestro primer capítulo
ha sido consagrado a esta cuestión. Pero este éxito no hace más que conducirnos al punto de partida a
partir del cual comienza nuestra auténtica carrera económica con el capitalismo mundial.
El final del comentario de la Comisión de Planificación del Estado formula de este modo nuestra tarea
general: “Mantener las posiciones alcanzadas y marchar hacia el socialismo con constancia año tras año
en todas partes donde la situación económica lo permita, aunque sólo sea de un paso por vez.” Estas
palabras pueden conducir a falsas conclusiones si se las toma demasiado al pie de la letra. La
afirmación de que es suficiente acercarse cada año al socialismo “aunque sólo sea de a un paso por
vez” podría ser interpretada como si la velocidad de la marcha no tuviera casi importancia; si la
diagonal del paralelogramo de fuerzas, tiende hacia el socialismo, llegaremos en última instancia a la
meta. Tal conclusión sería completamente falsa y la Comisión de Planificación del Estado
evidentemente nunca ha querido decir esto.
Porque realmente, en este caso, ¡es precisamente la velocidad de marcha lo decisivo! Sólo porque la
industria y el comercio estatal se han desarrollado más rápido que la empresa privada, pudieron
asegurar, en el período que termina, una diagonal “socialista” del paralelogramo de fuerzas. Es preciso
que la misma relación en las velocidades de marcha se conserve en el futuro. Pero lo que es más
importante todavía, es la proporción del tiempo de nuestro desarrollo general respecto al de la
economía mundial. En el memorándum de la Comisión de Planificación del Estado esta cuestión no es,
por el momento, abordada. Nos parece tanto más importante tratarla muy en profundidad cuanto que
este nuevo criterio servirá para establecer nuestros éxitos y nuestros fracasos en el futuro, en la misma
medida que el criterio del “nivel de preguerra” ha servido para establecer los éxitos de nuestro período
de reconstrucción.
Es evidente que nuestro ingreso en el mercado mundial supone que no sólo aumentan nuestras buenas
perspectivas sino también los peligros. La razón profunda de este fenómeno es siempre la misma: la
forma atomizada de nuestra agricultura, nuestra inferioridad técnica y la enorme superioridad de
producción actual del capitalismo mundial respecto a nosotros. Esta simple “expresión de lo existente”
no contiene naturalmente ninguna contradicción con el hecho de que el modo de producción socialista,
con sus métodos propios, sus tendencias y sus posibilidades, es incomparablemente más poderoso que
el modo capitalista. El león es más fuerte que el perro, pero un perro adulto puede ser más fuerte que un
cachorro de león. La mejor seguridad para el cachorro de león es crecer, que sus dientes y sus garras se
fortalezcan. ¿Qué es necesario para esto? Tiempo.
¿En qué consiste la superioridad esencial del capitalismo adulto sobre el socialismo joven, al menos
hasta ahora? No reside en valores materiales, en cuevas repletas de oro, en la masa de riquezas
acumuladas y robadas. Los recursos acumulados del pasado tienen una gran importancia, pero no son el
elemento decisivo. Una sociedad no puede vivir largo tiempo de sus viejos stocks, debe satisfacer sus
necesidades gracias a los productos del trabajo vivo. A pesar de todas sus riquezas, la antigua Roma fue
incapaz de resistir el avance de los “bárbaros” invasores, cuando éstos mostraron una mayor
productividad del trabajo que la del régimen esclavista decadente.
La sociedad burguesa de Francia, despertada por la Gran Revolución, robó simplemente las riquezas de
las ciudades-estados italianas, acumuladas desde la Edad Media. Si, en América, la productividad del
trabajo descendiera por debajo del nivel europeo, los nueve mil millones de dólares en oro que se
acumulan en los subterráneos de los bancos no le servirían de ninguna ayuda. La superioridad
económica fundamental de los Estados burgueses consiste en que el capitalismo produce todavía,
mercancías más baratas y al mismo tiempo mejores que el socialismo. En otras palabras: la
productividad del trabajo se encuentra todavía, a un nivel mucho más elevado en los países que viven
según la ley de la inercia de la vieja cultura capitalista que en el país que no hace más que comenzar a
aplicar los métodos socialistas en condiciones de barbarie heredadas.
Nosotros conocemos la ley fundamental de la historia: la victoria pertenece en última instancia al
sistema que asegure a la sociedad humana un nivel económico más elevado.
La disputa histórica será decidida -aunque no sea de un sólo golpe- por el coeficiente de comparación
de la productividad del trabajo.
La cuestión que se plantea en este momento es únicamente ésta: ¿en qué sentido y con qué rapidez la
relación entre nuestra economía y la economía capitalista variará en los próximos años?
Se puede comparar nuestra economía con la economía capitalista de modos diferentes y con distintos
sentidos. Porque la propia economía capitalista es extraordinariamente heterogénea. La comparación
puede tener un carácter estático, es decir que puede limitarse al estado económico en el momento
actual, o puede ser dinámica, es decir estar fundada en una comparación sobre las velocidades de
desarrollo. Se puede comparar la renta nacional de los países capitalistas con la nuestra. Pero se puede
comparar igualmente los coeficientes de crecimiento de la producción. Todas las comparaciones y
aproximaciones de este tipo tendrán su significación -más o menos importante; basta comprender su
relación y su dependencia recíproca-. Citemos algunos ejemplos, simplemente para ilustrar nuestro
pensamiento.
En los Estados Unidos de América el proceso capitalista ha alcanzado un punto culminante. Para
establecer el predominio material del capitalismo actualmente sobre el socialismo, es instructivo
analizar este predominio en el punto en que aparece del modo más pronunciado. El “Consejo de los
Comités de Industria de América del Norte” ha publicado recientemente una memoria que nos revela
algunas cifras. La población de Estados Unidos constituye poco más o menos el 6% de la población
total de la tierra y produce el 21% de los cereales, el 32% de otros vegetales, el 52% del algodón, el
53% de los productos forestales, el 62% del hierro, el 60% del acero, el 57% del papel, el 60% del
cobre, el 46% del plomo y el 72% del petróleo, de todo el mundo. Un tercio de la riqueza mundial
pertenece a Estados Unidos. Poseen el 38% de la fuerza hidráulica de la tierra, el 59% de las líneas
telefónicas y telegráficas, el 40% de todos los ferrocarriles y el 90% de los automóviles.
La potencia de la corriente eléctrica de las usinas públicas de nuestra Unión será el próximo año de
775.000 kilovatios; en Estados Unidos la potencia de la corriente eléctrica ha alcanzado el pasado año
los quince millones de kilovatios. En lo que se refiere a las usinas de las fábricas, su potencia alcanzaba
en conjunto, según las estimaciones estadísticas de 1920, cerca de un millón de kilovatios; en Estados
Unidos el consumo era en la misma época de unos diez millones y medio de kilovatios.
La expresión general de la productividad del trabajo se encuentra en la renta nacional total cuyo cálculo
comporta, como es sabido, grandes dificultades. Según los informes de nuestro buró central de
estadística, la renta nacional de la Unión Soviética alcanzaba en el año 1923-24, como media, unos cien
rublos por persona, mientras que por el contrario la de Estados Unidos era de unos quinientos cincuenta
rublos. Otras estadísticas extranjeras indican que la cifra de la renta nacional de los Estados Unidos no
es de quinientos cincuenta, sino que llega a los mil rublos. Esto prueba que la productividad media del
trabajo, condicionada por la maquinaria disponible, la organización, la rutina de trabajo y otros
factores, es en América del Norte diez, o al menos seis, veces mayor que en nuestro país.
Estas cifras, por importantes que sean, no significan en absoluto que nuestra derrota en la lucha
histórica sea a priori cierta, y no solamente debido a que el mundo capitalista no se limita únicamente a
América; no solamente tampoco porque poderosas fuerzas políticas toman parte en la lucha histórica,
fuerzas que son la resultante de todo el desarrollo económico precedente; sino también, y
primordialmente, porque el curso futuro del desarrollo económico en América del Norte representa en
sí una gran incógnita. Las fuerzas productivas de Estados Unidos no están plenamente utilizadas, y la
disminución del porcentaje de empleo significa también la disminución de las fuerzas productivas.
Estados Unidos no posee suficientes mercados para dar salida a sus productos. El problema de las
ventas se les plantea con una agudeza creciente. No es en absoluto imposible que en el periodo próximo
el coeficiente de comparación de la productividad del trabajo tienda hacia una equiparación en dos
formas: debido al aumento del nuestro y a la disminución del de América. Esto podría producirse en un
grado mucho más elevado respecto a Europa, cuya productividad se mantiene ya muy por debajo del de
América.
Una cosa es evidente: la superioridad de la técnica y de la economía capitalistas sigue siendo aún
enorme. Enfrentamos una empinada cuesta; las obligaciones y las dificultades son realmente inmensas.
Sólo se puede encontrar un camino seguro con la ayuda de los criterios de la economía mundial.
CAPITULO VIII
Los coeficientes de comparación de la economía mundial
No hay que representarse el equilibrio dinámico de la economía soviética como el equilibrio de un todo
aislado y autosuficiente. Por el contrario, la medida en la que el equilibrio de nuestra economía interior
se mantenga a través de los efectos de la exportación y la importación aumentará al mismo tiempo que
nuestro avance. Es preciso examinar a fondo este fenómeno y sacar de él todas las consecuencias. La
relación de dependencia entre los elementos de nuestra economía interior, tales como precios, calidad
de las mercancías, etc., y los elementos correspondientes de la economía mundial será tanto más directa
y visible cuanto más estrechamente incluidos nos encontremos en el sistema internacional de la
división del trabajo.
Hasta ahora, desarrollamos nuestra industria tomando como punto de referencia su nivel de preguerra.
Para la comparación y el establecimiento de los valores de la producción, utilizamos los catálogos de
precios de 1913. Pero el primer período de reconstrucción, en el que tal comparación -por otra parte,
muy imperfecta- tenía su razón de ser, toca a su fin y toda la cuestión de la evaluación comparativa del
desarrollo de nuestra economía está a punto de pasar a un plano diferente. A partir de ahora, nos
veremos obligados a saber en todo momento hasta qué punto nuestra producción, desde el punto de
vista de la cantidad, de la calidad y del precio, sigue estando por detrás del mercado europeo o del
mercado mundial. El fin del período de reconstrucción nos permitirá dejar al margen definitivamente
nuestros catálogos de 1913, y procurarnos catálogos de firmas alemanas, inglesas, americanas y de
otros países. Será preciso que concentremos nuestra atención en nuevos índices, que expresarán -tanto
respecto a la calidad como al precio- la comparación de nuestra producción con la del mercado
mundial. Sólo estos nuevos criterios, estos coeficientes de comparación, ajustados no tanto a la medida
del Estado como a nivel mundial, permitirán en el futuro caracterizar cada etapa del proceso que
expresa la fórmula de Lenin: “¿Quién vencerá a quién?”
En medio de los antagonismos de la economía y de la política mundial, la velocidad de nuestro
progreso, es decir la velocidad del crecimiento cuantitativo y cualitativo del trabajo efectuado, tiene
una importancia decisiva.
En el momento actual nuestra situación atrasada y nuestra pobreza son un hecho innegable que no
discutimos, sino sobre el que, al contrario, insistimos continuamente. Las confrontaciones sistemáticas
con la economía mundial sólo nos pueden servir como una expresión estadística de este hecho. ¿No
corremos el peligro, precisamente en el próximo período en el que no habremos alcanzado todavía el
avance necesario, de vernos aplastados por la colosal superioridad de recursos del mercado mundial? Si
se plantea de este modo la cuestión, no puede responderse a ella de un modo absoluto, y con mayor
motivo no es posible proporcionar una respuesta estadística de la misma, del mismo modo que no
puede haber respuesta a la cuestión, por ejemplo, de saber si las tendencias capitalistas campesinas (las
tendencias del kulak) no encierran el peligro de arrastrar con ellas al campesino medio, de paralizar la
influencia del proletariado sobre la aldea, y suscitar en la construcción socialista obstáculos políticos.
Del mismo modo que no se puede dar una respuesta categórica a la siguiente cuestión: ¿conseguirá el
capitalismo -en el caso de que su estabilización momentánea y relativa en gran medida sea duraderamovilizar
en contra nuestra ejércitos considerables y poner un freno a nuestro progreso económico por
medio de una nueva guerra?
No se puede responder a estas cuestiones mediante “pronósticos pasivos”. Se trata en este caso de una
lucha, en la que los factores de creatividad, de tácticas, la energía, etc., juegan un papel enorme, y a
veces decisivo. El examen de estas cuestiones no es la tarea que nos proponemos; intentamos en este
punto fijar las tendencias interiores del desarrollo económico, haciendo en la medida de lo posible
abstracción de otros factores.
En todo caso, a la pregunta ¿es capaz el mercado mundial de aplastarnos sólo por su superioridad
económica?, debemos responder de este modo: no estamos completamente desarmados frente al
mercado mundial; nuestra economía está protegida por ciertas instituciones del Estado que emplea un
amplio sistema de proteccionismo socialista. Pero, ¿cuál es su eficacia? La historia del desarrollo
capitalista puede darnos información sobre este tema. Durante largos períodos, Alemania o Estados
Unidos, desde el punto de vista de la industria, estuvieron atrasadas respecto a Inglaterra; su atraso
podía parecer infranqueable. Pero la explotación de las circunstancias naturales e históricas ha
permitido más tarde a estos países atrasados alcanzar al país avanzado e incluso superarlo, con el apoyo
de tarifas proteccionistas. Las fronteras estatales, el poder del Estado, el sistema aduanero fueron
factores poderosos en la historia del desarrollo capitalista. Esta característica es válida en mayor
medida aún para un país socialista. Un sistema de proteccionismo socialista muy exacto, perseverante y
flexible es para nosotros tanto más importante cuanto que nuestras relaciones con el mercado capitalista
serán cada vez más amplias y complicadas.
Sin embargo, es evidente que el proteccionismo, cuya expresión más elevada se encuentra representada
por el monopolio del comercio exterior, no es todopoderoso. Puede contener la afluencia de mercancías
capitalistas, y regularla según las necesidades de la producción y del consumo interior. De esta forma,
el proteccionismo puede asegurar incluso a la industria socialista los plazos necesarios para que eleve
su nivel de producción. Sin el monopolio del comercio exterior, nuestro proceso de reconstrucción sería
imposible. Pero, por otra parte, sólo los resultados obtenidos en la producción nos permitirán conservar
el proteccionismo socialista. Igualmente, en el futuro, el monopolio del comercio exterior, aunque
pueda preservar a la industria interior de las sacudidas externas que todavía no puede afrontar,
evidentemente no puede, sin embargo, reemplazar el desarrollo de la propia industria. Este desarrollo
debe ser, desde el momento actual, medido contra los coeficientes del mercado mundial.
Nuestra comparación con el nivel de preguerra no se ha efectuado más que desde el punto de vista de la
cantidad y del precio. El producto no está considerado según su composición, sino según su nombre, lo
que evidentemente es un error. Los coeficientes de producción comparativa deben comprender
igualmente la calidad. Sin ello, se transforman forzosamente en fuente o en instrumento de autoengaño.
Poseemos a este respecto alguna experiencia en lo que concierne a la disminución de los precios
acompañada en ciertas ocasiones de una disminución de la calidad. A calidad igual de una misma
mercancía, producida por nosotros y en el extranjero, el coeficiente de comparación variará con los
costos de producción. Si los costos de producción son los mismos, variará según la calidad. Si los
costos y la calidad son distintos, una evaluación combinada de ambos será finalmente necesaria. El
establecimiento de los costos es una porción de la artimética de la producción. Pero la mayor parte de
las veces no se puede determinar la calidad de la mercancía más que con la ayuda de varios criterios.
La bombilla eléctrica es un ejemplo clásico en este sentido; se mide su calidad según la duración de la
iluminación que proporciona, según la cantidad de energía que usa por bujía, según la regularidad de la
distribución de la luz, etc.
La fijación de normas técnicas determinadas y de estándares de perfección, entre otros estándares
“cualitativos”, facilita mucho la puesta a punto de coeficientes de comparación. La relación de nuestro
estándar con los del mercado mundial será para cada período dado una magnitud fija. Será suficiente
saber si nuestro producto corresponde a un estándar establecido. En lo que se refiere a las
comparaciones de valor, esta cuestión será, una vez establecida la relación cualitativa, resuelta de un
modo extraordinariamente simple. El coeficiente combinado resulta de una simple multiplicación. Si,
por ejemplo, una mercancía es dos veces peor que la misma mercancía extranjera, y vez y media más
cara, el coeficiente de comparación será: 1/3. Es posible que no conozcamos los precios de fábrica de
las mercancías extranjeras: pero esto prácticamente tiene una importancia secundaria. Basta con que
conozcamos el precio, y éste esté impreso en los catálogos. La diferencia entre el costo y el precio es la
ganancia. La disminución de nuestros costos nos permitirá igualar los precios del mercado mundial,
independientemente de los costos extranjeros. Tal es la base del problema que se nos plantea para el
próximo período. A este período sucederá -no inmediatamente, ciertamente- el tercer período, en el que
la tarea será vencer a la producción capitalista en el mercado mundial con los productos de la economía
socialista.
A veces se objeta que el número de mercancías es excesivamente grande y que la derivación de los
coeficientes de comparación representa una tarea que “supera las fuerzas”. A ello puede responderse de
dos maneras. En primer lugar, todas las mercancías existentes están verificadas, se llevan en libros y
aparecen en catálogos, y a pesar del número de mercancías existente, este trabajo no contiene nada que
supere las fuerzas. En segundo lugar, podemos inicialmente limitarnos a los artículos más importantes
y de consumo masivo, y a las mercancías que sirven, por así decirlo, de clave a cada producción
diferente, suponiendo que las demás mercancías tienen en el sistema de evaluación comparativa una
posición intermedia.
Otra objeción consiste en oponernos la dificultad que existe para medir o incluso simplemente para
definir la calidad. En efecto, pues ¿qué es la calidad del algodón? ¿Su resistencia, el contenido en
algodón de cada archina cuadrada, la frescura del color o la atracción a la vista? Es innegable que la
caracterización de la calidad es muy difícil de establecer en la mayor parte de las mercancías. Sin
embargo, la tarea no es en modo alguno irrealizable. Pero, ante todo, es preciso no abordarla con
criterios ficticios o abstractos. En lo que se refiere al algodón destinado al mercado obrero o
campesino, será preciso considerar en primer lugar la duración del material; en segundo lugar, la
permanencia del color. Si se miden estos datos -y ello es perfectamente posible con métodos
rigurosamente objetivos-, se obtiene la definición básica de la calidad expresada en cifras. Es todavía
más fácil dar un coeficiente de comparación exacto, es decir, expresado mediante cifras, de nuestros
arados, de nuestras máquinas cosechadoras de trigo, de nuestros tractores, comparadas con las mismas
máquinas de producción americana. Esta cuestión tendrá en los próximos años el mismo papel para la
agricultura que el que tuvo la renovación del capital básico para la industria. En la venta de un caballo
o de una vaca, el propio campesino fija -y con una exactitud extraordinaria- los “coeficientes”
necesarios. Pero, para la compra de una máquina, casi no tiene modo de efectuarlo. Si ha sido engañado
en una compra, comunica a su vecino el miedo que le produce comprar más máquinas. Es necesario
llegar a que el campesino sepa exactamente qué máquina compra. La máquina cosechadora soviética
tendrá que tener su “pasaporte” de mercancía, sobre el que se apoyará el coeficiente de comparación. El
campesino sabrá perfectamente qué es lo que compra, y el Estado soviético tendrá absoluta evidencia
de la relación de nuestra producción con la producción americana[8].
La idea de los coeficientes de comparación, que a primera vista puede parecer abstracta y casi “un
juego de salón”, está en realidad profundamente enraizada en la vida y nace, por así decirlo, de todas
las relaciones económicas e incluso brota por todos los poros de la vida cotidiana. Nuestros actuales
coeficientes de comparación, igualmente calculados según la situación de preguerra, no provenían
únicamente de conocimientos teóricos, sino también de las necesidades de la vida cotidiana. Cualquier
consumidor que desconoce los cuadros estadísticos y las curvas de precios utiliza el recuerdo de sus
gastos de consumo, tanto del suyo propio como del de su familia. El cuadro estadístico habla de un
cierto porcentaje del nivel de preguerra que está calculado casi exclusivamente desde el punto de vista
cuantitativo, pero la memoria del consumidor añade: “en tiempos de paz (es decir, antes de la guerra
imperialista), los calzados costaban tantos o cuantos rublos y duraban tantos o cuantos meses”. Cada
vez que compra zapatos, el consumidor realiza para sí el cálculo del coeficiente de comparación. Todos
los demás compradores efectúan la misma operación, desde el trust de comerciantes de cuero, que
compra máquinas de Voronej o de Kiev, hasta la campesina que compra tres archinas de algodón en el
mercado semanal de la aldea. La diferencia consiste únicamente en que el trust efectúa sus
comparaciones ayudándose de catálogos y de libros de contabilidad, mientras que la campesina hace la
suya según sus recuerdos. Y es necesario aceptar que los coeficientes de comparación de la campesina,
fundados en la experiencia inmediata de la vida, son mucho más reales que los coeficientes del trust,
que son realizados apresuradamente, casi siempre sin tomar en consideración la calidad, y a veces
incluso de un modo tendencioso. En todo caso, los análisis económicos estadísticos y el trabajo
cotidiano de la memoria del consumidor encuentran su punto de partida en las posibilidades que les
ofrecía la economía de preguerra.
Esta curiosa limitación nacional, por la que se buscaba la comparación en el pasado nacional, toca a su
fin. Nuestras relaciones con el mercado mundial son suficientes ya, desde ahora, para que nos obliguen,
cada vez, a comparar nuestras mercancías con las mercancías extranjeras. Y, a medida que desaparecen
las viejas comparaciones (porque el recuerdo de los productos de preguerra desaparece cada vez más de
la memoria, sobre todo para la joven generación), las nuevas comparaciones se hacen cada vez más
claras porque no se fundan en los recuerdos, sino en los hechos vivos del presente. Nuestros
especialistas en economía traen del extranjero ofertas de ciertas firmas de tales o cuales mercancías,
distintos catálogos y, finalmente, su propia experiencia en cuanto consumidores. Las preguntas que
habíamos dejado de hacernos en los últimos años y que ahora se plantean cada vez con mayor
frecuencia son: ¿cuál puede ser exactamente el precio de esta mercancía en el extranjero?, ¿en qué
medida su cualidad difiere de las de aquí?
Los viajes al extranjero serán cada vez más frecuentes. Debemos, de un modo u otro, conseguir que los
directores de nuestros trusts conozcan la industria extranjera, al igual que los directores de fábricas, los
mejores estudiantes técnicos, nuestros capataces, nuestros mecánicos, nuestros obreros especializados
(naturalmente, no todos a la vez, sino teniendo en cuenta un orden de sucesión oportuno). Porque la
meta de estos viajes al extranjero consiste precisamente en proporcionar a la vanguardia de quienes son
los dirigentes de nuestra producción, la posibilidad de juzgar desde todos los puntos de vista cada
coeficiente de comparación que no sea favorable, y poder de este modo corregirlo con seguridad a
nuestro favor.
Pensar que esta orientación hacia Occidente no concierne más que a los dirigentes económicos sería
una prueba de imbecilidad burocrática. Por el contrario, esta orientación hacia Occidente tiene un
carácter de masas muy profundo y debe llegar hasta el final.
El contrabando juega un papel a este respecto que no es menos importante. Pero es necesario no
sobrestimarlo. El contrabando es una parte si no alabable al menos bastante importante de la vida
económica, y además tiene su causa fundamental en los coeficientes de comparación de la economía
mundial, porque el contrabandista sólo importa productos extranjeros que poseen una calidad superior
y mejor precio que los nuestros. Dicho sea de paso, la lucha por la calidad de la producción es, por esta
razón, el mejor método de lucha contra el contrabando, que saca actualmente del país millones y
millones de rublos. El contrabando se interesa principalmente en los pequeños artículos, pero
precisamente éstos juegan un papel enorme en la vida cotidiana[9].
Hay otro campo en el que las comparaciones con el extranjero no han cesado nunca, ciertamente: es el
campo de las máquinas y herramientas agrícolas. El campesino conocía la guadaña austríaca y la
comparaba siempre con la nuestra. Conocía la americana MacCormick, la austríaca Heydt, la
canadiense Harris, etc. Actualmente, todas estas comparaciones se hacen más serias en la medida en
que nuestra industria avanza a niveles superiores y por encima de ellas se establece una nueva
comparación: la comparación entre el tractor americano Ford y nuestro modelo. Si un campesino que
acaba de comprar una cosechadora accionada por caballos ve, dos o tres horas más tarde, romperse ante
sus ojos una barra de hierro de mala calidad, subrayará este hecho con una triple raya roja que será
difícil de borrar.
En lo referente al obrero, el coeficiente de comparación le interesa tanto en los productos que fabrica él
mismo como en aquellos que sirven para la producción, como herramientas y artículos de consumo.
Conoce muy bien la calidad de los tornos, de las piezas de medida, del material, de los instrumentos de
precisión de origen americano o ruso. Es inútil decir que los obreros especializados son muy sensibles a
estas diferencias de calidad y que una de las tareas de educación en la producción en nuestro país,
consiste precisamente en reforzar esa sensibilidad hacia los instrumentos de producción.
Lo que acaba de decirse es suficiente para probar que los coeficientes de comparación de la producción
mundial no son para nosotros un juego gratuito de la imaginación, sino algo de la mayor importancia
práctica que refleja las nuevas tareas de nuestro desarrollo económico.
Este sistema de coeficientes de comparación nos proporciona igualmente una perspectiva transversal de
nuestra economía actual conforme el nivel alcanzado por la economía mundial. La evaluación media
del coeficiente de nuestra producción total indicará el grado de nuestro retraso en el campo de la
producción, expresado por una cifra exacta.
Si se toman estos valores periódicamente, las cifras que miden las mercancías y la medida del
coeficiente que acaba de ser mencionado darán conjuntamente la imagen de lo que hemos alcanzado y
nos indicarán la marcha de nuestro progreso tanto en las diferentes ramas de la industria como en la
industria en su conjunto.
Un hombre que conduce un carro, estima la distancia que ha recorrido por sus ojos y sus oídos; el
automóvil, por el contrario, tiene su velocímetro automático. A partir de ahora, nuestra industria no
deberá dar un paso hacia adelante sin un “contador de velocidad internacional”, cuyas indicaciones
serán el punto de partida no sólo de nuestras medidas económicas más importantes, sino también de
muchas de nuestras resoluciones políticas.
Si es exacto que la victoria de un orden social depende de la superioridad de la productividad del
trabajo que le es inherente -lo que es indiscutible para los marxistas-, nos es preciso una evaluación
cuantitativa y cualitativa exacta de la producción de la economía soviética, tanto para nuestras
operaciones comerciales habituales como para la crítica de una etapa dada de nuestra evolución
histórica.
CAPITULO IX
Los límites materiales y las posibilidades de la marcha del desarrollo económico
En los años 1922-24, el progreso industrial de nuestro país se debió fundamentalmente al avance en la
industria liviana. En el actual año económico (1924-25), el predominio parece dirigirse hacia las ramas
de la industria que producen medios de producción. Sin embargo, estas últimas se han recuperado
igualmente utilizando para ello el antiguo capital básico. En el próximo año fiscal, en el cual el capital
fijo invertido tomado de la burguesía será explotado al 100%, ya habremos comenzado una renovación
de nuestro capital básico. La Comisión de Planificación del Estado prevé 880 millones de rublos en
gastos de capital para la industria (incluyendo la electrificación); para los transportes, 236 millones de
rublos; para la construcción de viviendas y otros, 375 millones de rublos; para la agricultura, 300
millones de rublos, lo que supone en conjunto casi 1.800 millones de rublos, de los cuales más de 900
millones corresponden a nuevas inversiones, es decir, proceden de nuevas acumulaciones en el
conjunto de la economía. Este plan, que sólo está esbozado y todavía no ha sido aprobado
definitivamente, da un paso inmenso en el reparto de los recursos materiales del país: hasta ahora,
trabajábamos con un capital básico que nos habíamos encontrado, que no hacíamos más que completar
y renovar por aquí o por allá. A partir de ahora deberemos renovar totalmente este capital. En ello
consiste la diferencia fundamental entre el período económico que comienza y el que abandonamos a
nuestras espaldas.
Desde el punto de vista de un administrador individual, por ejemplo de un jefe de trust, podría parecer
que la marcha de nuestro desarrollo depende de los créditos que obtiene de la banca. “Dadme tantos y
tantos millones y pondré un techo nuevo, instalaré nuevos tornos, aumentaré en diez veces la
producción, disminuiré los costos de manufactura a la mitad y obtendré una calidad europea de la
producción”; ¡cuántas veces hemos oído esta frase! Pero, sin embargo, es un hecho que la financiación
no es en realidad nunca un factor primario. La marcha del desarrollo económico está determinada por
las condiciones materiales del proceso de producción. El comentario de la Comisión de Planificación
del Estado, que ya conocemos, recuerda esto muy apropiadamente. “Lo que es preciso considerar como
el límite universal y único de la marcha de un desarrollo económico, como límite que, por su parte,
determina todos los factores particulares y limitativos, -se dice en dicho comentario-, es el volúmen de
la acumulación nacional total en forma material, es decir, el conjunto de todos los bienes nuevamente
creados, que superan las necesidades de la reproducción simple y representan por consiguiente una
base material suficiente para la reproducción ampliada, para la reconstrucción”. Los billetes de banco,
las acciones, las obligaciones, las letras de crédito, y otros títulos cualesquiera no poseen, en sí mismos,
ninguna importancia en lo que se refiere al volúmen y a la marcha del desarrollo económico: no se trata
más que de medios para el cálculo y el reparto de los valores materiales. Desde el punto de vista
capitalista privado y, en general, desde el punto de vista económico privado, estos valores tienen
naturalmente una significación en sí mismos: aseguran a sus poseedores una cierta suma de valores
materiales. Pero, desde el punto de vista económico nacional que, en las circunstancias en que nos
encontramos, coincide poco más o menos con el interés del Estado, los títulos en sí mismos no añaden
nada a la masa de productos materiales que sirven a la expansión de la producción. Debemos por lo
tanto, partir de la base real de la expansión de la producción. La aplicación de varios recursos a través
del presupuesto, a través de los bancos, los préstamos de reconstrucción, los fondos industriales, etc.,
no es más que un método de reparto de ciertos bienes materiales entre las diferentes ramas de la
economía.
En los años de preguerra, nuestra industria crecía a un promedio del 6-7% anual. Este coeficiente es
bastante elevado. Pero aparece como absolutamente mínimo en comparación con los coeficientes
actuales en que la industria aumenta de un 40 a un 50% anual. Pero, sin embargo, sería un grosero error
oponer simplemente y sin más estos dos coeficientes de crecimiento. Hasta el momento de la guerra, la
expansión de la industria consistía fundamentalmente en la construcción de nuevas fábricas. En este
momento, esta expansión se lleva a cabo en su mayor medida por la utilización de las viejas fábricas y
por el empleo del conjunto del utillaje ya existente. De aquí la velocidad tan extraordinaria de la
expansión. Y es completamente natural que en el momento del fin del proceso de reconstrucción el
coeficiente de crecimiento baje sensiblemente. Esta circunstancia tiene una importancia completamente
extraordinaria porque determina, en gran medida, nuestra posición en el mundo capitalista. La lucha
por nuestro lugar socialista “bajo el sol” será, de un modo u otro necesariamente, una lucha para lograr
un coeficiente de expansión de la producción lo más elevado posible. Sin embargo, la base, y al mismo
tiempo el valor límite de esta expansión consiste en la masa disponible de valores materiales.
Pero, si es así, si el proceso de reconstrucción restablece en nuestro país, las viejas relaciones entre la
agricultura y la industria, entre el mercado interno y los mercados extranjeros (exportación de granos y
materias primas, importación de maquinaria y objetos manufacturados), ¿no sería esto equivalente a la
restauración del coeficiente de la expansión económica de preguerra, y a nuestra caída del pináculo
actual de una expansión anual del 40-50% a la expansión de preguerra del 6%, después de un período
de uno o dos años? Naturalmente, no se puede responder a esta pregunta de un modo muy preciso en
este momento. Sin embargo, podemos decir con certeza: con la existencia de un Estado socialista, de
una industria nacionalizada y de una regulación consolidada progresivamente de los procesos
económicos fundamentales (de los que forman parte las exportaciones y las importaciones), podremos
conservar, incluso después de haber alcanzado el nivel de preguerra, un coeficiente de expansión que
superará con mucho tanto nuestro propio coeficiente de preguerra como el promedio de las cifras de
comparación capitalistas.
¿En qué consisten nuestras ventajas? Ya las hemos enumerado:
En primer lugar: En nuestro país no existe, o al menos casi no existen, clases parasitarias. En efecto, el
crecimiento no era antes de la guerra del 6%, sino al menos dos veces superior. Pero solamente la mitad
de los capitales acumulados podía ser empleada en la producción. La otra mitad era saqueada y
malgastada por el parasitismo. De este modo, el simple hecho de haber suprimido el zarismo y su
burocracia, la nobleza y la burguesía -suponiendo que se cumplan las otras condiciones necesarias- nos
asegura un aumento del coeficiente de crecimiento que va del 6% al 12%, o al menos al 9-10%.
En segundo lugar: la supresión de las barreras de la propiedad privada da a nuestra administración del
Estado la posibilidad de disponer en cualquier momento, con toda la libertad necesaria, de los medios
requeridos para cualquier rama de la industria. Los gastos no productivos del paralelismo económico,
de la competencia, etc., han disminuido mucho y disminuirán aún más en el futuro. Sólo gracias a estas
circunstancias ha sido posible un avance tan rápido en los últimos años sin ayudas extranjeras. En
nuestro desarrollo futuro, solamente la distribución planificada (según el plan económico) de los
medios y las fuerzas disponibles nos proporcionará la ocasión de alcanzar, en una medida muy superior
que la alcanzada hasta ahora, y empleando los mismos medios, un nivel de producción más elevado que
el de la sociedad capitalista.
En tercer lugar: la introducción del principio de planificación económica en los métodos de producción,
(la estandarización, la especialización de las fábricas y su unificación, de modo que representen un
organismo único de producción), promete, para una época muy próxima, un considerable aumento,
siempre creciente, de nuestro coeficiente de producción.
En cuarto lugar: la sociedad capitalista vive y se desarrolla según una sucesión de períodos de auge y
períodos de crisis que, tras la guerra, ha adquirido el carácter de convulsiones esporádicas. Es cierto
que también nuestra economía ha padecido sus crisis. Y, más aún, nuestras crecientes relaciones con el
mercado mundial representan, como lo demostraremos posteriormente, una posible fuente de crisis en
nuestra economía. Sin embargo, no hay duda de que el incremento en el hábito de la producción
económica planificada y la regulación deberán reducir considerablemente los períodos de crisis en
nuestro desarrollo y asegurar de este modo una acumulación excedente considerable.
He aquí nuestras cuatro ventajas, las superioridades que han actuado ya, en una gran medida, durante
los últimos años. Su importancia no disminuirá, sino que, por el contrario, aumentará conforme se
acerque el final del período de reconstrucción. Estas cuatro ventajas, correctamente utilizadas, nos
proporcionarán, en los próximos años, la posibilidad de aumentar el coeficiente de nuestra expansión
industrial no solamente al doble del 6% de preguerra, sino al triple y quizás incluso más.
Pero esto no agota la cuestión. Las ventajas de la economía socialista que acaban de ser enumeradas no
probarán únicamente su influencia en los procesos de la economía interna, sino que aumentarán
también mucho debido a las posibilidades ofrecidas por el mercado mundial. Hasta el momento actual
hemos considerado ante todo al mercado mundial desde el punto de vista de los peligros económicos
que esconde. Sin embargo, el mercado mundial capitalista no encierra únicamente peligros para
nosotros, nos ofrece también grandes posibilidades. Nuestra llegada a las conquistas de la técnica
científica, a sus más complicadas aplicaciones, aumenta cada día. De este modo, si el mercado mundial,
al englobar una economía socialista, le crea peligros, le concede, al Estado socialista poderosos
antídotos contra estos peligros, dado que el estado regula su propio curso económico. Si sabemos
aprovechar convenientemente el mercado mundial, podremos acelerar considerablemente el proceso de
desplazamiento de los coeficientes comparativos a favor del socialismo.
Sin duda alguna, podremos avanzar sondeando prudente y lúcidamente cada metro de agua navegable;
porque es un río sobre el que nuestro navío socialista navega por primera vez . Pero todas las
indicaciones de nuestras sondas permiten pensar que este río se hará más ancho y más profundo a
medida que avancemos.
CAPITULO X
El desarrollo socialista y los recursos del mercado mundial
Desde el punto de vista de la economía nacionalizada, en oposición al punto de vista de la economía
privada, los valores en papel no pueden, en sí mismos, alentar un avance de la producción, al igual que
la sombra de un hombre no puede aumentar su talla. Desde el punto de vista de la economía mundial, la
cuestión se plantea de un modo diferente. Los billetes de banco americanos en sí mismos no pueden
producir un solo tractor; pero si buen número de estos billetes de banco pertenecen al Estado soviético,
en ese caso se pueden importar tractores de Estados Unidos.
Frente a la economía mundial capitalista, el Estado soviético se comporta como un propietario privado
gigantesco: exporta sus mercancías, importa mercancías extranjeras, utiliza su crédito, compra medios
técnicos en el extranjero; finalmente atrae al capital extranjero bajo la forma de sociedades mixtas y de
concesiones.
El proceso de “reconstrucción” nos ha restablecido igualmente nuestros derechos en el mercado
mundial. Ciertamente, no hay que olvidar ni un instante el intrincado sistema de relaciones que existía
entre la economía de la Rusia capitalista y el capital mundial. Es suficiente recordar que casi los dos
tercios de nuestra maquinaria fabril, y de la maquinaria de cualquier tipo de factorías, eran importados
del extranjero. Se trata de una proporción que, incluso actualmente, no ha variado en gran medida. Ello
significa que, sin duda, no nos será económicamente beneficioso producir en nuestro país, en los
próximos años, más de unos dos quintos o, como máximo, la mitad de la maquinaria. Si quisiéramos
comprometer de pronto nuestros medios y nuestras fuerzas en la producción de nuevas máquinas,
desplazaríamos las relaciones necesarias entre las diferentes ramas de la economía y entre el capital
básico y el capital regulante en una misma rama de la economía, o bien -si conservamos intactas estas
relaciones- disminuiríamos mucho el ritmo de la expansión económica. Sin embargo, una disminución
de la marcha es mucho más peligrosa para nosotros que la importación de maquinaria extranjera o, en
general, de cualquier tipo de mercancía extranjera necesaria.
Adquirimos técnicas extranjeras, fórmulas extranjeras para la producción. Cada vez más, nuestros
ingenieros parten a Europa y Estados Unidos, y aquellos que son capaces traen de aquellos países todo
lo que es necesario para acelerar nuestro progreso económico. Nos dirigimos cada vez más a la
adquisición, a la compra directa de la ayuda técnica extranjera, aliando nuestros trusts con eminentes
casas extranjeras que adquieren el compromiso de desarrollar en nuestro país, a lo largo de un período
de tiempo dado, la producción de ciertos productos.
La importancia decisiva que tiene el comercio exterior para nuestra agricultura es evidente. La
industrialización, y a partir de ella la colectivización de la agricultura, progresarán paralelamente al
crecimiento de nuestras exportaciones. A través del intercambio de productos agrícolas, obtendremos
maquinaria agrícola o maquinaria para la producción de máquinas agrícolas.
Pero no se trata únicamente de máquinas. Cada producto extranjero que llena un vacío cualquiera en
nuestro sistema económico, bien en materias primas, en productos intermedios o en artículos de
consumo, puede en ciertas circunstancias acelerar la marcha de nuestro proceso de reconstrucción y así
facilitarlo. La importación de artículos de lujo y de artículos de consumo de naturaleza parasitaria sólo
puede naturalmente contribuir a frenar nuestro desarrollo. Por el contrario, la importación de ciertos
artículos de consumo, realizada en el momento oportuno, y en la medida en que éstos sirvan para
establecer el equilibrio necesario en el mercado y a cubrir las lagunas del presupuesto obrero o
campesino, acelerará ciertamente nuestro progreso económico general.
El comercio exterior, dirigido por el Estado, que complementa con la flexibilidad necesaria el trabajo
de la industria estatal y del comercio interior, constituye un instrumento poderoso para la aceleración
de nuestra defensa económica. La influencia benévola de este comercio exterior será mayor cuanto más
extensas sean las oportunidades de crédito que obtenga en el mercado mundial.
¿Qué papel juega el crédito exterior en nuestra dinámica económica? El capitalismo nos concede
adelantos sobre esta acumulación que todavía no existe, y que es nuestra tarea crear en uno, dos o cinco
años. De este modo, la base de nuestro progreso supera el cuadro de los recursos materiales que hemos
reunido hasta el momento. Si podemos acelerar el proceso de producción con ayuda de una “fórmula”
de la técnica europea, lo podremos hacer mejor todavía con la ayuda de una máquina europea o
americana que podamos obtener a crédito. La dialéctica del desarrollo histórico obliga al capitalismo a
ser durante un cierto tiempo el financiador del socialismo. Por otra parte, ¿el capitalismo no se ha
amamantado de la economía feudal? Las deudas de la historia deben ser pagadas.
La existencia de las concesiones es igualmente la consecuencia de este punto de vista. La concesión
consiste en esto: aportarnos maquinaria y métodos de producción extranjeros, y financiar a nuestra
economía por la acumulación del capital mundial. En algunas ramas industriales, las concesiones
pueden y deben alcanzar una mayor importancia. Es inútil decir que para la política de concesiones
existen las mismas barreras que para el capital privado en general: el Estado conserva en su poder los
medios de control y vela con severidad para que se mantenga asegurado el predominio de la industria
estatal sobre la industria “concesionaria”. Pero, dentro de estos límites, la política de concesiones
todavía tiene un campo amplio donde operar.
Igualmente, desde este punto de vista son posibles, como “coronación” de todo el sistema, los
préstamos nacionales. Un préstamo nacional es la forma más pura de un adelanto consentido sobre
nuestra acumulación socialista futura. El oro reunido, gracias a los préstamos, asegura, puesto que es el
equivalente universal, la posibilidad de comprar en el extranjero productos terminados, materias
primas, maquinarias, patentes y atraer a nuestro país a los mejores ingenieros y técnicos de Europa y
América.
De cuanto acabamos de decir hasta el momento se deduce para nosotros la necesidad de adaptarnos en
todas las cuestiones económicas correctamente, es decir, de un modo sistemático y científico. ¿Qué
máquinas importar, por qué firmas, cuándo, qué otras mercancías y en qué orden, en qué proporciones
repartir los fondos de capital entre las diferentes ramas de la industria, qué especialistas buscar, en qué
ramas de la economía tratar de encontrar capitales para concesiones, en qué medida, bajo qué plazos?
Es evidente que estas cuestiones no pueden ser resueltas de un día a otro, al azar, o de un modo
ocasional desde el punto de vista económico. Las mentes de nuestros economistas se encuentran en este
momento ocupadas, con perseverancia y no sin éxito, a buscar soluciones metódicas a estas cuestiones
y a muchas otras que no pueden ser separadas de ellas, en particular las exportaciones. Se trata de
mantener la proporción dinámica entre las principales ramas de la industria y la economía total,
haciendo intervenir en estas relaciones, y en el momento oportuno, aquellos elementos de la economía
mundial que sean susceptibles de acelerar la dinámica del proceso considerado globalmente.
En la solución de las distintas cuestiones prácticas que surgen de esta situación, así como en la
elaboración de los planes para el futuro -a un año, cinco años o a un plazo mayor todavía- el trabajo
que se apoya en coeficientes de comparación es un recurso inapreciable e irreemplazable. Si los
coeficientes de comparación son particularmente desfavorables para ciertas ramas importantes de la
industria, ello será una indicación que pruebe la necesidad de buscar ayuda en el exterior, tanto en lo
que respecta a productos terminados como a patentes o indicaciones técnicas, o a máquinas nuevas,
especialistas o concesiones. La política comercial con el exterior y de concesiones no puede cumplir su
papel estimulante, conforme al plan, si no se apoya en el sistema profundamente estudiado y
generalizado de los coeficientes de comparación industriales.
Los mismos métodos deberán encontrarse en la base de las decisiones que será necesario tomar
inmediatamente después respecto a la renovación del capital básico y a la expansión de la producción.
¿Para qué ramas de la industria habrá que renovar en primer lugar la maquinaria? ¿Qué nuevas
industrias es necesario levantar en un primer momento? Es inútil decir que las necesidades y lo
deseable superan en mucho las posibilidades. ¿Cuál es, por consiguiente, la vía a seguir para resolver
estos problemas?
En primer lugar, es preciso, naturalmente, saber exactamente qué proporción de la acumulación se
puede utilizar para la renovación de la maquinaria en las fábricas existentes y para la creación de
nuevas factorías. Cubriremos las necesidades más urgentes y más obvias a través de nuestra propia
acumulación. Y si, en el futuro, no encontramos otras fuentes utilizables, sería la acumulación interna la
que fijaría la medida del crecimiento de la producción.
Al mismo tiempo, es absolutamente preciso fijar las prioridades de nuestras necesidades desde el punto
de vista del proceso económico considerado en su conjunto. Los coeficientes de comparación indicarán
en este caso, directamente, los campos económicos que exigen, en primer lugar, inversiones de capital.
De este modo se presenta, a grandes rasgos -y con la omisión voluntaria de toda una serie de detalles
que complican la cuestión-, la naturaleza de la transición a una solución planificada de las cuestiones
que están ligadas a la renovación y al crecimiento del capital básico de la industria.
CAPITULO XI
La socialización del proceso de producción
Un Estado que tiene en sus manos la industria nacionalizada, el monopolio del comercio exterior y el
monopolio de la importación de capital extranjero para tal o cual campo económico dispone por este
solo hecho de un gran arsenal de recursos que puedan combinarse para acelerar la marcha del
desarrollo económico. Pero todos estos medios, aunque nacen de la naturaleza del Estado socialista, no
inciden todavía directamente en el propio campo del proceso de producción. En otras palabras: si
hemos mantenido hasta el presente todas las fábricas y factorías en las condiciones en que estaban
funcionando en 1913, su nacionalización, incluso si permanecieran en estas condiciones, nos ofrecerá
enormes ventajas debido a la distribución planificada y eficiente de los recursos.
Los progresos económicos del período de la reconstrucción han sido obtenidos precisamente gracias a
los métodos socialistas de organización de la producción, es decir gracias a los métodos planificados o
semiplanificados para proveer de los medios necesarios a las diferentes ramas de la economía social.
Consideramos igualmente las posibilidades resultantes de nuestras relaciones con el mercado mundial
sobre todo desde el punto de vista de los recursos de la producción y no todavía desde el punto de vista
de la organización de la industria interna.
Sin embargo, es preciso no perder de vista ni un instante que las ventajas fundamentales del socialismo
se encuentran precisamente en el propio campo de la producción. Estas ventajas, que hemos utilizado
hasta ahora en débil medida en la economía soviética, abren las más amplias perspectivas acerca de la
aceleración de la marcha del desarrollo económico. Es preciso ocuparse, en primer lugar, de la
verdadera nacionalización del conocimiento técnico-científico y de todas las invenciones industriales;
inmediatamente después, de una solución centralizada, conforme al plan, de las cuestiones energéticas
de la economía en general y de cada aspecto económico en particular; después, de la estandarización
de todos los demás productos, y, finalmente, de una especialización consecuente de las propias fábricas.
El trabajo intelectual técnico-científico no conoce entre nosotros las barreras limitativas de la propiedad
privada. Toda adquisición de carácter organizativo o de carácter técnico de una fábrica cualquiera, todo
perfeccionamiento en los métodos químicos o en cualquier otro, se convierte, en propiedad común de
todas las fábricas implicadas. Los institutos de ciencias técnicas tienen, en nuestro país, la posibilidad
de verificar sus conjeturas y sus hipótesis en cualquier empresa del Estado; e, inversamente, cada una
de estas empresas puede beneficiarse en todo momento, gracias a los institutos, de la experiencia
acumulada en el conjunto de la industria. El pensamiento científico-técnico está en principio
socializado, en nuestro país. Pero, en este campo, igualmente, todavía nos falta mucho para liberarnos
de barreras conservadoras, en parte ideológicas y en parte materiales, que hemos heredado, y de las que
hemos tomado posesión al mismo tiempo que de la propiedad nacionalizada de los capitalistas.
Estamos en vías de aprender a utilizar cada vez más profundamente las posibilidades que resultan de la
nacionalización de las invenciones técnico-científicas. En este sentido, obtendremos, en los próximos
años, innumerables ventajas que, en su conjunto, conducirán a este resultado apreciable para nosotros:
la aceleración de la marcha del desarrollo.
Otra fuente de un ahorro económico mayor, y por consiguiente de un aumento de la producción de
trabajo, puede originarse en una buena distribución de la energía. Todas las ramas de la industria, todas
las fábricas y, en general, toda la actividad material del hombre, necesitan de la energía, lo que significa
que se la puede considerar como un factor relativamente común a todas las ramas de la industria. Se
demuestra claramente que obtendremos un ahorro gigantesco si “despersonalizamos” las fuentes de
energía, es decir si las separamos de las fábricas concretas, a las que únicamente la propiedad privada
unía, y no consideraciones económicas, sociales o técnicas. La electrificación planificada no es más
que una parte del programa total de racionalización de la calefacción y de la energía. Si no se ejecuta
este programa, la nacionalización de los medios de producción quedará privada de sus resultados más
importantes. La propiedad privada -habiendo sido abolida en cuanto institución de derecho
constitucional- es una forma de organización de las propias empresas que -técnicamente- representan
pequeños mundos cerrados en sí mismos. La tarea que se presenta es, por consiguiente, hacer penetrar
el principio de nacionalización en el proceso de producción, en sus condiciones técnicas materiales. Se
trata de nacionalizar realmente el sector energético. Esto concierne tanto a las usinas ya existentes
como, en mayor medida, a las que han de crearse. La usina del valle del Dniéper (en cuanto
combinación de una gran estación eléctrica y de toda una serie de consumidores de la industria y los
transportes) fue construida desde el comienzo según los principios del socialismo. A empresas de esta
categoría pertenece el futuro.
La estandarización de los productos representa otra palanca del progreso industrial. Están sometidas a
ella no solamente las cerillas, los ladrillos y los productos textiles, sino también las máquinas más
complicadas. Se trata de terminar con las demandas arbitrarias del consumidor, producidas no por sus
necesidades sino por su falta de medios. Todo consumidor se encuentra actualmente forzado a
improvisar y buscar, en lugar de obtener modelos ya dispuestos, totalmente adaptados a sus
necesidades y científicamente comprobados. La estandarización debe reducir al mínimo el número de
tipos de cada producto, teniendo en cuenta únicamente la particularidad de los diferentes ramas
económicas, o el carácter específico de las necesidades de una rama de producción.
Estandarización significa socialización aplicada al aspecto técnico de la producción. Vemos cómo en
este campo la técnica de los principales países capitalistas rompe la envoltura de la propiedad privada y
se orienta hacia la negación de la competencia, del “trabajo libre” y de todo lo que se relaciona con
ello.
Estados Unidos ha realizado enormes progresos en la disminución de los costos de producción a través
de la estandarización de los tipos y las cualidades, y mediante la realización de normas de producción
técnicas y científicas. Su oficina de estandarización (Division of Simplified Practice) ha proporcionado,
en colaboración con los productores y consumidores interesados, un trabajo de estandarización que
comprende docenas de productos pequeños y grandes. He aquí el resultado: 500 tipos de limas en lugar
de 2.300; 70 tipos de alambre en lugar de 650; tres tipos de tejas en lugar de 119; 76 tipos de arados en
lugar de 312; 29 tipos de sembradoras en lugar de casi 800; finalmente, 45 modelos de cortaplumas en
lugar de 300.
La estandarización rinde homenaje al recién nacido, porque la simplificación del coche de niños
permite un ahorro total de mil setecientas toneladas de hierro y de treinta y cinco toneladas de plomo.
La estandarización no abandona incluso al enfermo porque el número de tipos de camas de hospital ha
descendido de cuarenta a uno sólo. Incluso los entierros han sido normalizados; el cobre, el bronce, la
lana y la seda han quedado excluidos de la fabricación de ataúdes. El ahorro realizado en los entierros
que se encuentran sometidos de este modo a la estandarización se eleva a millones de toneladas de
metal y de carbón, centenares de miles de metros de madera al año.
La técnica ha conducido, a pesar de las condiciones del capitalismo, a la estandarización. El socialismo
exige imperiosamente la estandarización dando a ésta muchas mayores posibilidades. Pero no hemos
hecho más que comenzar este trabajo. La amplitud que ha alcanzado la producción ha creado en el
momento presente las condiciones materiales que le son absolutamente necesarias. Hacia la
estandarización deben dirigirse todos los procesos de renovación del capital básico. El número de tipo
de productos debe ser, en comparación con los de América, mucho más reducido entre nosotros.
La estandarización no sólo permite una mayor especialización en las fábricas, sino que la supone. Es
preciso que transformemos las fábricas en las que se produce de todo en fábricas en las que se produce
una cosa determinada de un modo perfecto.
Para nuestra vergüenza, es necesario decir sin embargo que actualmente todavía, en el curso del noveno
año de la economía socialista, se escucha bastante a menudo a los administradores o incluso a los
ingenieros quejarse de que la especialización de la producción mata “el espíritu”, comprime el impulso
del trabajo, hace el trabajo de las fábricas monótono, “aburrido”, etc. Este modo lloroso y
profundamente reaccionario de ver las cosas recuerda de cerca las sutilezas populistas tolstoianas que
elogiaban las ventajas del artesanado respecto al trabajo en la fábrica. La tarea de transformar la
economía en su conjunto en un mecanismo único funcionando automáticamente es la tarea más
imponente que se puede imaginar. Abre un campo de acción ilimitado a la fuerza de trabajo técnico,
organizativo, económico y creativo. Pero esta tarea no es realizable más que con la especialización cada
vez más audaz y constante de las fábricas, la automatización de la producción y una combinación cada
vez más completa de fábricas gigantescas en una sola cadena de producción.
Los actuales logros de los laboratorios extranjeros, la capacidad de las usinas eléctricas, la amplitud de
los trabajos americanos de estandarización, y los progresos de las fábricas americanas en la
especialización, superan con mucho nuestros comienzos en este camino. Pero las condiciones
planteadas por nuestras relaciones de propiedad nacionalizadas son mucho más favorables para
conseguirlo que las de cualquier país capitalista. Y esta ventaja aumentará a medida que progresemos.
Prácticamente, la tarea se reduce a medir todas las posibilidades y a beneficiarse de todos los medios.
Pronto aparecerán los resultados, y sólo entonces haremos la suma.
CAPITULO XII
Las crisis y otros peligros del mercado mundial
Cuando nuestras relaciones con el mercado mundial se encontraban todavía poco desarrolladas, las
fluctuaciones del capitalismo no actuaban tanto a través del comercio como a través de la política, en
algunos casos exacerbando nuestras relaciones con el mundo capitalista, y en otros mejorándolas.
Debido a ello, nos hemos habituado a considerar el desarrollo de nuestra economía casi
independientemente de los procesos económicos que tienen lugar en el mundo capitalista. Incluso tras
la reconstitución de nuestro mercado y, a partir de ella, de las fluctuaciones del mercado, de las crisis
de ventas, etc., juzgábamos todos estos fenómenos como completamente independientes de la dinámica
capitalista de Occidente o de América. Y teníamos razón en la medida en que nuestro proceso de
reconstrucción se desarrollaba en el cuadro de una economía casi cerrada. Pero, con el rápido
crecimiento de las exportaciones y de las importaciones, la situación está cambiando. Nos estamos
convirtiendo en un elemento -elemento extraordinariamente original, pero que no deja de ser por ello
un elemento auténtico- del mercado mundial. Pero esto significa que si sus factores generales se
transforman y varían de un modo u otro, influirán igualmente en nuestra economía. La actual fase
económica se expresa más claramente por el modo en que opera el mercado. En el mercado mundial,
efectuamos tanto el papel de comprador como el de vendedor. Debido a ello, nos encontramos ya
sometidos económicamente, en un cierto grado, al movimiento de flujo y reflujo del comercio y de la
industria en el mercado mundial.
La importancia de esta circunstancia resulta cada vez más clara, si usamos la comparación para
caracterizar los nuevos elementos que implica. Ante cualquier sacudida económica importante, la
opinión pública en nuestro país se ha visto obligada a preguntarse si, de un modo general, las crisis son
inevitables, y hasta qué punto, etc. Actuando de este modo, debido a la naturaleza de nuestra situación
económica, no superamos generalmente el marco de la economía casi cerrada. Oponemos el principio
del plan económico, cuya base económica está formada por la industria nacionalizada, y el principio
elemental del mercado cuya base económica es la aldea. La combinación de un plan definitivo con una
fuerza natural ofrece dificultades tanto más grandes cuanto que la fuerza económica elemental depende
de la fuerza natural. De ello resulta la perspectiva siguiente: el progreso del principio del plan
económico continuará en la medida en que progrese la industria, en que progrese la influencia de ésta
sobre la agricultura, en que progrese la industrialización y el desarrollo de cooperativas en el campo,
etc. Este proceso estaba concebido -más allá de cuál fuera su ritmo- como un proceso ascendente. Pero
este camino es en sí mismo sinuoso, y hemos llegado a una nueva vuelta del mismo. Ello aparece muy
claramente si consideramos el tema de la exportación de granos.
En el momento actual no se trata únicamente de la cosecha, sino también de la venta de esta cosecha, y
no solamente en nuestro propio mercado, sino también en el mercado europeo. La exportación de
granos a Europa depende del poder de compra de Europa; el poder de compra de los países industriales,
por su parte (naturalmente son los países industriales los que importan granos), depende en última
instancia de la situación económica. Si se produce una crisis en el comercio y en la industria, Europa
importará de nuestro país mucho menos grano y todavía en mucha menor cantidad madera, cáñamo,
pieles o petróleo, que en un período de boom. El retroceso de las exportaciones conducirá forzosamente
a un retroceso en las importaciones. Si no exportamos una cantidad suficiente de materias primas
industriales, no podremos importar la maquinaria, el algodón, etc., necesarios. Si el poder adquisitivo
del campesino fuera, a consecuencia de la realización incompleta de nuestras previsiones de
exportación, menor que lo previsto, ello podría conducir a una crisis de sobreproducción; por el
contrario, si carecemos de mercancías, estaríamos, en el caso de una disminución en las exportaciones,
en la imposibilidad de superar esta penuria mediante la importación de productos terminados, de la
maquinaria necesaria y de las materias primas (por ejemplo, la ya mencionada importación de
algodón). En otras palabras, una crisis comercial e industrial de Europa, y con mayor motivo de todo el
mundo, puede producir una oleada de crisis en cada país. En el caso de un auge considerable del
comercio y de la industria europea, por el contrario, la demanda de madera y de cáñamo, materias
primas que son necesarias a la industria, aumentará inmediatamente; lo mismo ocurrirá respecto al
grano cuya demanda aumentará a medida que mejore la capacidad de compra de las poblaciones
europeas. De este modo un boom en el comercio y en la industria en Europa proporcionará el impulso
necesario para el avance de nuestro comercio, de nuestra industria y de nuestra agricultura, al facilitar
la venta de nuestras mercancías de exportación. Nuestra antigua independencia respecto a las
fluctuaciones del mercado mundial, está desapareciendo. No solamente todos los procesos
fundamentales de nuestra economía dependen de los procesos dominantes en el mercado mundial, sino
que están sometidos en cierta medida al efecto de las leyes que dominan el desarrollo capitalista,
incluidos los cambios en las condiciones económicas. Por consiguiente, resulta de ello una situación en
la que, como entidad de negocios tenemos interés, dentro de ciertos límites, en que mejoren las
condiciones en los países capitalistas, y en la que, por el contrario sufriremos como mínimo un
perjuicio en el caso de que las condiciones empeoren.
En esta circunstancia, inesperada a primera vista, aparece la misma contradicción que se encuentra en
la base de la NEP, y que hemos observado ya en el marco más estrecho de la economía nacional
cerrada, pero aparece de una forma más acusada. Nuestra actual organización no solamente se
encuentra fundada en la lucha del socialismo contra el capitalismo, sino también -hasta cierto puntoen
su cooperación. En el interés del desarrollo de las fuerzas de producción, no sólo admitimos una
práctica comercial de tipo capitalista privado, ¡sino que hasta cierto punto incluso la apoyamos!, y
nosotros la “instalamos” bajo la forma de concesiones, de alquiler de factorías y fábricas. Tenemos un
gran interés en el desarrollo de la economía campesina, aunque, por el momento presente casi
exclusivamente los rasgos de un comercio privado, y su auge no favorezca únicamente las tendencias
del desarrollo socialista, sino también las del capitalista. Los peligros de semejante coexistencia y de
semejante cooperación entre ambos sistemas económicos -el sistema capitalista y el sistema socialista
(este último utilizando igualmente los métodos del primero)- consiste en que las fuerzas capitalistas
sean más fuerte que nosotros, y nos amenacen realmente.
Este peligro existía ya en la economía cerrada[10], pero en un grado muy inferior. La importancia de las
cifras de control de la Comisión de Planificación del Estado consiste precisamente en que estas cifras
-lo hemos expuesto en los primeros capítulos- han probado sin lugar a dudas el predominio de las
tendencias socialistas sobre las tendencias capitalistas, teniendo como base el crecimiento general de
las fuerzas de producción. Si tuviéramos la intención (digamos mejor la posibilidad) de permanecer
para siempre como un Estado económicamente aislado, se podría considerar la cuestión como resuelta,
en principio. No habría entonces para nosotros más peligro en ello que el peligro político, o la amenaza
de una acción armada procedente del exterior. Pero, habiendo entrado económicamente en el campo de
la división internacional del trabajo, estamos sometidos a los efectos de las leyes que dominan el
mercado mundial, y la lucha entre las tendencias capitalistas y socialistas adquiere mayores
proporciones, lo que comporta mayores dificultades.
Existe por consiguiente una analogía profunda y perfectamente natural entre los problemas que se
planteaban en nuestra economía interna al comienzo de la NEP, y los que existen ahora producidos por
nuestra participación más estrecha en el sistema del mercado mundial. Sin embargo, esta analogía no es
perfecta. La cooperación y la lucha de las tendencias capitalistas y socialistas en el territorio soviético
han tenido lugar bajo el control del Estado proletario. Aunque el Estado no sea todo poderoso en las
cuestiones económicas, el poder económico del Estado que sostiene conscientemente las tendencias
progresivas del desarrollo histórico es enorme. Al tiempo que admite la existencia de tendencias
capitalistas, el Estado obrero puede tenerlas bajo sus riendas hasta un cierto punto, sosteniendo y
favoreciendo las tendencias socialistas. Los instrumentos que se pueden usar en relación a esto son: el
sistema presupuestario del Estado y las medidas de administración general, el comercio interno y
externo, el apoyo a las cooperativas de consumo por el Estado, una política de concesiones
estrictamente adaptada a las necesidades de la economía estatal, en pocas palabras un sistema versátil
de proteccionismo socialista. Estas medidas suponen la dictadura del proletariado, y su campo de
acción se limita por consiguiente al territorio en que se ejerce esta dictadura.
Los países con los que entramos en relaciones comerciales cada vez más estrechas tienen un sistema
exactamente opuesto -el proteccionismo capitalista, en el sentido más amplio de la palabra-. He aquí en
qué consiste la diferencia. En el territorio soviético la economía socialista lucha contra la economía
capitalista, teniendo al Estado obrero de su lado. En el territorio del mercado mundial el socialismo va
contra el capitalismo protegido por el Estado imperialista. En este caso, no es solamente la lucha de la
economía contra la economía, sino también la lucha de la política contra la política. El monopolio del
comercio exterior y la política de concesiones son instrumentos poderosos de la política económica del
Estado obrero. Si, por consiguiente, las leyes y los métodos del Estado socialista no pueden imponerse
al mercado mundial, las relaciones de la economía socialista con el mercado mundial dependen, sin
embargo, en una cierta medida, de la voluntad del Estado obrero. Por consiguiente, un sistema de
comercio exterior empleado de un modo justo alcanza una importancia excepcional y supone un
crecimiento del papel de la política de concesiones del Estado obrero.
No se puede intentar en este momento llegar hasta el fondo de este tema. Estas líneas intentan
únicamente formularlo. Esta cuestión consta de dos partes. En primer lugar: ¿con qué métodos y hasta
qué punto la planificación y la dirección del Estado obrero son capaces de preservar nuestra economía
de la influencia de las fluctuaciones del mercado capitalista? En segundo lugar: ¿en qué medida y con
qué métodos el Estado obrero puede proteger el desarrollo futuro de las tendencias socialistas de la
economía contra las trampas capitalistas del mercado mundial?
Estas dos cuestiones se planteaban igualmente en el marco de la economía “cerrada”. Pero adquieren
actualmente una importancia que ha crecido al nivel del mercado mundial. Desde ambos puntos de
vista, el elemento de planificación de la economía adquiere una significación incomparablemente
mayor que durante el período anterior. El mercado nos sometería sin duda alguna a su imperio si nos
enfrentáramos únicamente al nivel del mercado, porque el mercado mundial es más fuerte que nosotros.
Nos debilitaría mediante sus fluctuaciones económicas y, tras habernos debilitado, nos cohersionaría a
través de la superioridad cuantitativa y cualitativa de su masa de mercancías.
Sabemos cómo un trust capitalista cualquiera trata de preservarse de la influencia de las grandes
fluctuaciones de la oferta y de la demanda. Incluso un trust que se encuentra en la situación de casi
monopolio no se plantea como tal cubrir todo el mercado con su producción en todo momento. En los
períodos de gran auge los trusts admiten a menudo la existencia de otras empresas no incorporadas al
trust, les permiten cubrir los excedentes de la demanda y se liberan de este modo de hacer nuevas
inversiones riesgosas de capital. Estas empresas, son entonces las víctimas de una nueva crisis: a
menudo es el propio trust quien las compra por un precio irrisorio. El trust enfrenta el próximo boom
con fuerzas productivas mayores. Si la demanda supera de nuevo su capacidad de producción, el trust
comienza otra vez el mismo juego. En otras palabras, los trusts capitalistas se esfuerzan en garantizar
únicamente una demanda absolutamente asegurada y se extienden a medida que ésta aumenta, mientras
que le asignan, en la medida de lo posible, todos los riesgos asociados con las fluctuaciones de las
condiciones económicas, a organizaciones temporarias más débiles, que juegan así el rol de un ejército
de reserva en la producción. Este esquema naturalmente no se sigue siempre y en todo lugar, pero es
sin embargo un proceso típico y nos hemos servido de él para mostrar nuestro pensamiento. La
industria socializada representa el “trust de los trusts”. Este gigantesco instrumento de producción
puede plantearse incluso en un grado menor que un trust capitalista específico, seguir todas las curvas
de las demandas del mercado. La industria del Estado reunida en un solo trust debe esforzarse en cubrir
una demanda asegurada por todo el desarrollo precedente, utilizando en la medida en que sea posible el
ejército de capitalista privado de reserva para garantizar la demanda excedente momentánea, la cual
puede ser seguida por una nueva restricción del mercado. La función de este ejército de reserva es
cumplida por la industria privada interior, incluyendo las concesiones, y por la masa de mercancías del
mercado mundial. En este sentido, precisamente, hemos hablado de la importancia reguladora del
sistema de comercio interior y de la política de concesiones.
El Estado importa tales medios de producción, tales materias primas, tales artículos de consumo en la
medida en que sean absolutamente necesarios para la conservación, la mejora y la expansión
planificada del procesos de producción. Reduciendo a un esquema unas relaciones extraordinariamente
complejas, ello tomaría el siguiente aspecto: en el momento de una evolución del comercio mundial y
de la industria mundial, nuestra exportación aumentará aún más, y al mismo tiempo aumentará la
capacidad de compra de la población. Es, por consiguiente, muy claro que si nuestra industria gastara
inmediatamente todas las divisas en la importación de maquinaria y de materias primas con el fin de
extender las correspondientes ramas de la industria, la próxima crisis mundial que conduciría a una
disminución de nuestros medios económicos condenaría por ello mismo a las ramas de la industria que
se encontraran muy expuestas, y, al mismo tiempo, en cierta medida, a toda la industria, a una crisis.
Tales fenómenos son, naturalmente, inevitables, hasta cierto punto. Las dos fuentes de fluctuaciones
generadoras de crisis son, por una parte, la economía campesina, y, por otra, el mercado mundial. Pero
el arte de la política económica consistirá en satisfacer cualquier incremento poderoso de la demanda
interna sólo en la proporción asegurada por la producción del Estado; y, por el contrario, satisfacer el
exceso momentáneo de la demanda en el momento adecuado, mediante la importación de productos
terminados y a través de la utilización del capital privado. En estas circunstancias una depresión
momentánea en las condiciones mundiales sólo actuará de un modo muy débil sobre nuestra industria
nacionalizada.
La economía campesina constituye un factor extremadamente importante -y en algunos casos decisivoen
todo este trabajo de regulación. Concluímos de este sólo hecho, la gran significación que tienen las
formas de organización como las cooperativas y un aparato comercial flexible, mientras continúe la
pequeña economía campesina aislada. Estas organizaciones permitirán calcular y predecir las
fluctuaciones en la oferta y la demanda de mercancías en la aldea.
¿Pero el proceso de nuestra “incorporación” en el mercado mundial no puede dar lugar a otros peligros
aún mayores?
En el caso de una guerra o de un bloqueo, ¿no estamos amenazados de la ruptura mecánica de un gran
número de elementos vitales para nosotros? No debemos olvidar que el mundo capitalista es nuestro
enemigo mortal, etc. Estos pensamientos acosan las mentes de muchos. Entre los jefes de la producción
se pueden encontrar muchos adherentes inconscientes o semiinconscientes de la economía “cerrada”.
Tenemos que decir algunas palabras sobre este tema. Los préstamos, al igual que las concesiones y que
la dependencia creciente de las exportaciones y las importaciones, dan lugar, naturalmente, a ciertos
peligros. Se deduce de ello que no hay que soltar las riendas en ningún momento y en ninguno de estos
procesos. Pero existe también el peligro contrario, y no menor, el peligro que consiste en retrasar el
desarrollo económico, en disminuir la velocidad de su avance, este peligro no es menor que el que
surge de la utilización activa de todas las posibilidades de las relaciones mundiales. Pero nosotros no
tenemos una libertad total en la elección del ritmo de marcha, porque vivimos y nos desarrollamos bajo
la presión de la economía mundial.
El argumento del peligro de la guerra o del bloqueo en el caso de nuestra “incorporación” al mercado
mundial puede parecer muy mezquino y muy abstracto. En la medida en que el intercambio
internacional bajo todas sus formas nos fortifica económicamente, nos fortalece igualmente para el caso
de un bloqueo o de una guerra. No puede haber ninguna duda de que nuestros enemigos pueden todavía
intentar hacernos sufrir esta prueba. Pero, en primer lugar, cuanto más se multipliquen nuestras
relaciones económicas internacionales, más nuestros eventuales enemigos tendrán dificultades para
romperlas. Y, en segundo lugar, si a pesar de todo llegara el caso, seríamos mucho más fuertes que con
un desarrollo cerrado, y por consiguiente retrasado.
La experiencia histórica de los países burgueses nos proporciona algunas enseñanzas a este respecto. A
finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX Alemania desarrolló una industria poderosa y se
convirtió, gracias a ella, en un factor extraordinariamente activo de la economía mundial. Su comercio
exterior y sus relaciones con los mercados extranjeros y ultramarinos se desarrollaron en poco tiempo
de un modo gigantesco. La guerra puso fin bruscamente a todo ello. Debido a su situación geográfica,
Alemania se encontró desde el primer día de la guerra en un aislamiento económico casi completo. Y,
sin embargo, el mundo entero fue testigo de una vitalidad y de una perseverancia realmente
extraordinarias de este país altamente industrializado. La lucha precedente por los mercados para
vender sus productos había sido en el país la causa de una elasticidad increíble del aparato de
producción, que explotó a fondo durante la guerra sobre su limitada base nacional.
La división internacional del trabajo mundial es un factor que no puede ignorarse. No podemos acelerar
nuestro propio desarrollo por doquier si no nos beneficiamos de un modo apropiado de los recursos que
surgen de ésta.
Conclusion
A lo largo de mi exposición he permanecido siempre en el plano del proceso económico y de su
evolución lógica. De este modo he eliminado conscientemente casi todos los demás factores que no
solamente influyen sobre el desarrollo económico, sino que son capaces incluso de darle una dirección
totalmente opuesta. Este análisis económico parcial es justo y necesario metodológicamente, en cuanto
que se trata de una visión general de un proceso extraordinariamente complejo que se extiende a lo
largo de un número de años.
Es preciso encontrar las soluciones prácticas de cada momento teniendo en cuenta, en la medida de lo
posible, todos los factores en su conjunto en cada instante. Pero cuando se trata de tener una visión
general del desarrollo económico a lo largo de un período, es absolutamente preciso eliminar los
factores superestructurales, en particular, el factor político. Una guerra, por ejemplo, podría tener una
influencia decisiva sobre nuestro desarrollo hacia una dirección, mientras que la victoria de la
revolución europea lo afectaría en dirección opuesta. Esto es verdad no solamente para acontecimientos
que provengan del exterior. Los procesos económicos internos producen una acción política refleja muy
complicada, que puede convertirse en un factor muy importante. La diferenciación económica de la
aldea que no implica, como lo hemos demostrado, ningún peligro económico inmediato, es decir, el
peligro del rápido incremento de las tendencias capitalistas, puede producir, en ciertas circunstancias,
tendencias políticas que serían hostiles al desarrollo socialista.
Las condiciones políticas -tanto las condiciones internas como las internacionales- representan un
complicado encadenamiento de problemas cada uno de los cuales exige un análisis particular, en
estrecha relación con la economía, naturalmente. Este análisis no ha sido tomado en consideración,
dado el fin que se proponía este estudio. Trazar las tendencias fundamentales del desarrollo de la base
económica no significa, naturalmente, dar una explicación perfecta de todos los cambios en la
superestructura política, que no sólo tienen su propia lógica interna, sino también sus tareas y sus
dificultades. Una orientación económica general no sustituye la orientación política, sólo la facilita.
De este modo hemos dejado conscientemente al margen a lo largo de nuestro análisis la pregunta:
¿cuánto tiempo puede durar el orden capitalista? ¿Qué variaciones atravesará y en qué sentido se
desarrollará? En este punto son posibles algunas variantes. Y aunque no tenemos intención de
examinarlas en estas líneas finales; debemos mencionarlas. Quizá podamos volver sobre ellas en otro
trabajo.
El modo más simple de resolver la cuestión de la victoria del socialismo es mediante la hipótesis de que
la revolución proletaria tendrá lugar en Europa en los próximos años. Esta “variante” no es en absoluto
inverosímil. Pero, desde el punto de vista del pronóstico socialista, ello no supone ninguna dificultad
para nosotros. Es evidente que la fusión de la Unión Soviética con la economía de una Europa
soviética, resolvería con éxito la cuestión de los coeficientes de comparación de la producción
socialista y capitalista, por muy fuerte que fuera la resistencia de América. Y podría preguntarse si esta
resistencia duraría mucho tiempo.
La cuestión se complica enormemente si se supone provisoriamente que el mundo capitalista que nos
rodea se mantendrá todavía varios decenios. Pero tal suposición no tendría, en sí misma, ningún sentido
si no la concretamos mediante un cierto número de otras suposiciones. ¿Qué sucede en este caso, en el
proletariado europeo e igualmente en el proletariado americano? ¿Cuáles serán las fuerzas productivas
del capital? ¿Y si los decenios que hemos supuesto con reservas, fueran décadas de flujos y reflujos
tumultuosos, de cruel guerra civil, de estancamiento o incluso de decadencia económica, es decir, una
prolongación del trabajo de parto que precede al nacimiento del socialismo? En estas condiciones,
parece evidente que en el período de transición nuestra economía alcanzaría el predominio
simplemente a causa de la estabilidad incomparable de nuestra base económica.
Si se supone, por el contrario, que en el curso de los próximos decenios se conformara en el mercado
mundial un nuevo equilibrio dinámico, una reproducción, aunque más amplia, del período
comprendido entre 1871 y 1914, entonces el problema adquiere un aspecto completamente diferente.
Este “equilibrio” equivaldría a suponer una nueva expansión de las fuerzas productivas. Porque el
relativo “amor a la paz” de la burguesía y del proletariado y el giro oportunista de la socialdemocracia
y de los sindicatos durante los años que han precedido a la guerra mundial sólo fueron posibles por el
enorme boom en la industria. Es completamente evidente que lo improbable se hará real si lo imposible
se vuelve posible. Si el capitalismo mundial y, más específicamente, el capital europeo, encontrara un
nuevo equilibrio dinámico (no mediante sus inconstantes combinaciones gubernamentales, sino
mediante sus fuerzas productivas), si la producción capitalista experimentara en los próximos años o
décadas un renacimiento, esto nos colocaría en la posición particular de estar obligados a alcanzar a un
tren expreso, aunque estamos todavía tratando de cambiar nuestro lento tren de carga por un tren de
pasajeros. Dicho más simplemente, ello significaría que nos habríamos equivocado en las apreciaciones
históricas fundamentales, ello significaría que el capitalismo no ha cumplido todavía su “misión”
histórica y que la fase imperialista en que nos encontramos no sería forzosamente una fase de
decadencia del capitalismo, la fase de su agonía, de su descomposición, sino la precondición de un
nuevo período de prosperidad.
Es evidente que bajo las condiciones de un renacimiento capitalista en Europa y en el mundo entero,
que posiblemente dure varios años, el socialismo en un país atrasado se enfrentaría con peligros
colosales. ¿Cuál sería la naturaleza de estos peligros? Podrían ser los peligros que surgen de una nueva
guerra que, esta vez, el proletariado europeo “apaciguado” por las condiciones prósperas sería
nuevamente incapaz de impedir, y en la que el enemigo tendría una superioridad técnica colosal. O
podría tomar la forma de una inundación de mercancías capitalistas que serían mucho mejores y más
baratas que las nuestras, que podrían quebrar el monopolio del comercio exterior y, junto con él, las
otras bases de nuestra economía socialista. Esta es, en el fondo, una cuestión de importancia menor.
Pero es evidente para todos los marxistas que el socialismo en un país atrasado se encontraría bajo
enorme presión, si al capitalismo se le diera nuevamente una oportunidad no sólo de vegetar, sino de
desarrollar las fuerzas productivas en los países más avanzados por un largo período de años.
Pero no existe ciertamente ninguna razón válida para adoptar esta segunda variable, y sería una tontería
supervalorar primeramente una perspectiva fantasiosa y romperse después la cabeza para encontrar una
salida a la misma.
El sistema económico europeo y mundial representa actualmente una acumulación tal de
contradicciones -que no favorecen su desarrollo, sino que lo socavan a cada paso- que la historia nos
proporcionará en los próximos años, ocasiones más que suficientes para lograr una tasa acelerada de
crecimiento con tal de que explotemos como es necesario todos los medios de nuestra propia economía
y de la economía mundial. Al mismo tiempo, el desarrollo europeo desplazará, aunque con dudas y
desviaciones, el “coeficiente” de la fuerza política en favor del proletariado revolucionario. En general
se puede suponer que el resultado del balance histórico será más que satisfactorio para nosotros.
[1] En mayo de 1925 Trotsky fue nombrado para el Consejo Supremo de la Economía Nacional,
donde ocupó la presidencia de tres comisiones: el Comité de Concesiones, el Comité del Desarrollo
Electrotécnico y la Comisión Tecnológico-Industrial. Escribió ¿Hacia el capitalismo o hacia el
Socialismo? en respuesta a la aparición de las cifras emitidas por el Gosplan para el año 1925-26.
¿Hacia el Capitalismo o hacia el Socialismo? fue la forma en que Trotsky pudo publicar sus
posiciones sobre la planificación sin incurrir en la acusación de fraccionalismo y amenaza de
expulsión. Fue publicado originalmente en Pravda, el 1-2-16-17-20 y 22 de septiembre de 1926. Dos
traducciones al inglés con el título Whither Russia? [¿Adónde va Rusia?], aparecieron en 1926.
Nueva versión española cotejada con la versión inglesa de The Challenge of the Left Opposition
(1923-25), Ed. Pathfinder, 1975, EE.UU, pág. 319. Otra versión en español se encuentra en El
debate soviético sobre la ley del valor, Ed. Alberto Corazón, Madrid, España.
[2] “Las memorias contables de los órganos económicos operativos son más que incompletas: son
tendenciosas”, observa el comentario de la Comisión de Planificación del Estado. Es preciso retener
este juicio severo. Con el apoyo de la Comisión de Planificación del Estado y de la prensa, es preciso
llegar a que los órganos económicos operativos proporcionen memorias comerciales objetivas, es decir,
conformes a la realidad. (Nota de L.T.)
[3] Smena Wech: literalmente: “desplazamiento de señales indicadoras”; grupo burgués compuesto por
personas que querían adquirir nociones nuevas, en su mayor parte científicos y otros intelectuales que
se habían declarado, a partir de 1921, dispuestos a colaborar lealmente en la reconstrucción de Rusia
bajo el gobierno soviético y obtuvieron el permiso de entrada.
[4] Este es el estimado para el 28 de agosto de 1925; por supuesto, se pueden esperar cambios en
cualquier dirección. (Nota de L. T.)
[5] En este caso, como en otros, no quiero decir que todas las indicaciones sean nuevas; pero son
estudiadas, completadas y relacionadas, en un sistema que engloba la economía general. En esto reside
su importancia extrema. (Nota de L.T.)
[6] Los depósitos y cuentas corrientes ascendían en 1924-1925, a no más del 11% de los depósitos de
1913. Para fin del próximo año se prevé un alza de este ítem hasta alcanzar el 36% del nivel de 1913.
Es uno de los síntomas más destacados de la mediocridad de nuestro ahorro. Pero precisamente el que
con una situación de ingresos y cuentas corrientes que apenas alcanza el 11% de la situación de
preguerra llevemos nuestra economía hasta los tres cuartos del nivel de preguerra es la mejor prueba de
que el Estado obrero y campesino utiliza el aparato estatal de un modo incomparablemente más
económico, más previsor y más útil que lo que ocurre en un régimen burgués. El hecho de que la
velocidad de desarrollo de los transportes sea inferior a los resultados de la agricultura y de la industria
se explica, en gran parte, por el hecho de que, en el período de preguerra, el peso específico de la
importación y de la exportación era mucho más elevado que actualmente. Lo que prueba una vez más
que nos acercamos al nivel de preguerra de la propia industria, con unos recursos nacionales y unos
gastos sociales “adicionales” mucho más modestos que los existentes en 1913. (Nota de L. T.)
[7] Esta desproporción entre medios de producción y producción es explicable sobre todo por las
diferencias en la composición orgánica del capital; es natural que, en la pequeña industria y en el
artesanado, el utillaje (c) es insignificante en comparación con la fuerza humana viva (v) que se gasta
sin medida. En el otro extremo, es necesario añadir que el rendimiento de nuestros mayores
establecimientos, por ejemplo los gigantes metalúrgicos, alcanza apenas el 10% de su capacidad. (Nota
de L. T.)
[8] Si antes hemos expresado algunas objeciones, no es para significar que la idea de los coeficientes de
comparación se enfrente a la resistencia de los círculos interesados. Por el contrario, quienes están
interesados en la producción, en el comercio del Estado, en el sistema de cooperativas y en los
institutos de ciencias técnicas, miran con la mayor simpatía esta idea que surge de nuestro desarrollo
económico. Las investigaciones preliminares necesarias ya han comenzado en “Una conferencia
especial para la calidad de la producción” y en los institutos científicos-técnicos. (Nota de L. T.)
[9] El estudio del contrabando es extremadamente importante tanto desde el punto de vista de la
producción especializada como del económico general. (Nota de L. T.)
[10] No es necesario decir que nuestra economía nunca fue perfectamente cerrada y que estamos
contrastando meramente tipos económicos puros para lograr una mayor simplificación. (Nota de L. T.)