lunes, 9 de mayo de 2011

SIMÓN BOLÍVAR NUESTRO- Un hombre hecho continente a pesar de la injerencia de las potencias decimonónicas



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PROLOGO PARA EL LIBRO DE ARMANDO LACERA RÚA:”SIMÓN BOLÍVAR NUESTRO- Un hombre hecho continente a pesar de la injerencia de las potencias decimonónicas-“.

Por William Hernández Ospino

El novelista austríaco Stefan Zweig intuyó que la historia sigue un trayecto lineal, y que por lo tanto, en este proceso hay momentos definitivos que inciden, para bien o para mal, en el destino de la especie humana. Asumiendo en carne propia esta idea como una asombrosa revelación de su espíritu, no dudó en plasmarla con su acostumbrada profundidad psicológica, en su obra “Momentos Estelares de la Humanidad” (Sternstunden der Menschheit).Este recuerdo de mi lejana juventud, me ha permitido comprender la extraña fuerza cósmica que me motivó a entablar amistad con el erudito profesor ARMANDO LACERA RÚA.
Acudí a su casa, sin saber que sobre su escritorio reposaban atónitos los manuscritos de su reciente libro “SIMÓN BOLÍVAR NUESTRO-Un hombre hecho continente a pesar de la injerencia de las potencias decimonónicas-“.
Al enterarme de la obra sobre el insigne superhombre, me sobresalté sin disimulo, y de inmediato le confesé que, nos encontrábamos en el mismo plano de la realidad inteligible promulgada por el filósofo ateniense Platón, puesto que yo acababa de presentar ante el mundo mi novela histórica “LA VERDAD MÁS ALLÁ DE MI TUMBA”, cuyo objetivo es revelar la conspiración política que tramó el General Francisco de Paula Santander, en indiscutible coalición con el gobierno de los Estados Unidos, para disolver a la Gran Colombia y eliminar al General Simón Bolívar, dado que era un iceberg peligroso en el sueño soberano de los Estados Unidos, del Imperio Británico, de España y de la Santa Sede.
Al poco tiempo, el profesor ARMANDO LACERA RÚA puso en mis manos los manuscritos que he leído con escrupulosa devoción, pues, ipso facto constaté que este libro es la autorizada deducción de una búsqueda disciplinada, en el que con denuedo recupera la vida del personaje, desde los luminosos albores en su hacienda de San Mateo hasta las afligidas tardes en el trapiche de San Pedro Alejandrino.
A partir de las primeras páginas, el autor confiesa su irrefutable admiración por el genio político de Simón Bolívar, y así lo expresa:”confieso, sin ambages, mi terrible apasionamiento por Simón Bolívar: el Hombre, el Luchador por la Libertad, y el Ser Críptico de sublime Generosidad….”.
En estos momentos cruciales en que América Meridional está cubierta por el oscuro manto de la incertidumbre política, nada es más oportuno que recuperar la doctrina democrática de Simón Bolívar, cuya esencia vigente en cada uno de sus postulados es implantar la postergada felicidad de sus habitantes, arrebatada aquel nefasto viernes 12 de Octubre de 1492.
¿Cómo se lograría la postergada felicidad del Continente?. La respuesta se vislumbra en todos los escritos bolivarianos, desde la Carta de Jamaica hasta la última Proclama en San Pedro Alejandrino, y por esto, el profesor LACERA RUA lo subraya en estos términos: “Bolívar requería de un ordenamiento excepcional para enfrentar los factores que incidían negativamente en la unidad de la Gran Colombia: acabadas las guerras y lograda la independencia, las clases dominantes hispanoamericanas antepusieron sus privilegios azuzando los nacionalismos en detrimento de la unidad continental”.
Los primeros capítulos del libro son, sin lugar a dudas, un sosegado preámbulo, cuyo fin es preparar al lector para la sorpresa que encontrará después, cuando el autor fiel a su fuero interno, rompe con todos los paradigmas de los historiadores ortodoxos que, desde los tiempos de Henao y Arrubla nos han contado una historia amañada de la Independencia, legado oficial del General Francisco de Paula Santander, a partir de su regreso de los Estados Unidos, en el año de 1832,a donde se fue exilado y perdonado por el generoso corazón del Libertador, no obstante su culpabilidad en los cuatro atentados que pretendieron cortar las alas del Cóndor americano que, en un viaje hacia la eternidad fue poseído por el Dios de Colombia en las alturas sublimes del Chimborazo.
El Simón Bolívar que, el ilustrado profesor ARMANDO LACERA RÚA descubre en el capítulo titulado “Ideario Político y la Lucha contra el Imperio” es el auténtico, distinto al Simón Bolívar de bronce de las plazas públicas, e incomparable al héroe ficticio que han tejido los diestros malabaristas de arquetipos oficiales.
En consecuencia, si el lector desprevenido, por uno de esos golpes de azar, se topa con este libro, le sugiero que lo lea con fruición, y que lo recomiende, a fin de que en Colombia y en toda América Meridional se conozcan las perlas peregrinas que el profesor LACERA RÚA pescó en el mare tenebrosum de las fuentes históricas.
Un hombre de la talla intelectual de Simón Bolívar que se instruyó en la universalidad de Homero, de Plutarco y Montesquieu, que recorrió con asombro y dolor el itinerario del drama americano desde la atroz Conquista española, no pudo ser un complaciente admirador del Imperio como forma abominable de gobierno, ya que en la noción de Imperio está implícito el inhumano concepto de etnocentrismo con todos los perjuicios y desaciertos que encarna.
El Simón Bolívar que se divulga en las Academias de Historia es el apócrifo retrato del conspirador Francisco de Paula Santander. Una pésima analogía. Es la comparación de Goliat con David. Es la equivocada semejanza del agudo Ulises con el rudo Polifemo. El legítimo Simón Bolívar que nos muestra el profesor LACERA RÚA es aquel que, en sus acostumbradas visiones proféticas, entrevió que la carta suscrita por el conquistador español Lope de Aguirre al Rey Felipe II, fue la primera declaración de Independencia del Nuevo Mundo. Algunos estudiosos afirman que El Libertador sabía de memoria frases de la carta en cuestión en las que se preludiaba ya en pleno apogeo del siglo XVI, la futura emancipación de nuestro continente:
“Nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra, que es lástima, ¡Oh Rey!, ¡cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra!....hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieran sustentar y sufrir..”.
¿Es posible creer y afirmar que el ilustre caraqueño, partidario fiel de esta profecía hubiera sentido alguna simpatía por el Imperio, a sabiendas de los planes de Thomas Jefferson y de Alexander Hamilton, hostiles a la Libertad y a la Independencia de América Meridional, teniendo en cuenta que la consigna de Washington desde el Tratado de Paris en 1783, era un Gran Sistema Americano, incluyendo a la del Norte y a la del Sur?:
“Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, había de ser poblada. Más cuidémonos (…) de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países (América del Sur) se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que estas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos (dominados) hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente, para arrebatárselos pedazo a pedazo”.
En el capítulo antes citado que, a mi juicio, es el genio inspirador que jalona toda la obra, se analizan los conflictos que contribuyeron a la disolución de la Gran Colombia y al ocaso político de Simón Bolívar, y lo más deplorable de todo: el fracaso innegable del postergado Congreso Anfictiónico, cuyo objetivo era la confederación de las repúblicas independizadas, para integrarlas y hacerlas fuertes, lejos de la codicia del rubio tiburón del Norte.
En primera instancia, el autor aborda el álgido tema de la Constitución de Bolivia, con la que El Libertador pensó ordenar la anarquía y erradicar la demagogia que imperaban en Bogotá, Lima y Caracas.
Con acierto el profesor LACERA RÚA acentúa que: al Libertador no le interesaba una Libertad teórica, sino una Libertad aplicada, capaz de influir en la vida de los ciudadanos, que la anarquía y la tiranía son dos monstruos enemigos, que la salvación residía en una constitución fuerte que alentara de nuevo al orden. Y sigue enfatizando que la anarquía experimentada por Simón Bolívar en el Perú, lo animó a implantar esta Constitución que reemplazara a la de Cúcuta, del año de 1821. Pero, lo más significativo del análisis sustentado del autor es que: en la Constitución de Bolivia se rechazaba de plano la esclavitud, mientras que en la Constitución de Cúcuta, sólo se permitía la abolición de esclavos adultos. Además, la oligarquía criolla sentía pasos de animal grande, puesto que Bolívar, “el amigo de los descamisados” como lo llamaba Santander, aspiraba a una sociedad sin diferencias raciales.
Por causa de la Constitución de Bolivia, El Libertador se granjeó la enemistad de los senadores santanderistas, célebres por el epíteto de “liberales exaltados”. En el recinto del Congreso, en los periódicos de Vicente Azuero y de Santander, el nombre de Simón Bolívar era sinónimo de toda clase de perfidias, para enturbiar su gloria y pervertir los ánimos del pueblo. Con el entusiasta propósito de unirme a la voz del profesor LACERA RÚA, saco a la palestra, un fragmento del discurso del senador Miguel Uribe en el año de 1828:
“¡Oh padres de la Patria!. Por lo que a mi toca, ni como senador, ni en calidad de ciudadano, ni como simple individuo de la especie humana, puedo consentir en la continuación del mando en el General Bolívar.
La Constitución Boliviana es el peor ultraje que ha podido hacerse a la razón humana en este siglo de luces y Libertad.
La Constitución Boliviana es el conjunto de todas las tiranías, del despotismo legal, del oprobio y degradación de los pueblos.
El General Bolívar es ese monstrum horrendum, del que habla Virgilio. ¡No! ¡No! Primero destierro que ser vasallo de nadie.
Concluyo diciendo que se debe admitir, y este es mi voto, la renuncia al Presidente Bolívar”.
Como si las aludidas diatribas no bastaran, Vicente Azuero y Santander en las páginas de su periódico El Conductor, comparaban a Simón Bolívar con Napoleón, e incluso con Pablo Morillo:
“¿Eres el mismo de Morillo amigo?
¿Eres el servidor de aquel tirano?
¿Eres el cazador tan inhumano?
¿Eres del liberal el enemigo?
¿Será posible si eres lo que digo,
que puedas fascinar al colombiano?
Pero, ¿cómo dudarlo cuando ufano,
vuelves al país de la maldad testigo?
¡O intrigante con baja adulación!.
Con este ruin recurso del culpado;
Continuad ultrajando la opinión,
mientras el justo cielo exasperado
castiga tu impudencia, y tu traición;
pues fuiste, eres y serás malvado”.

Me gratifica sobremanera que en este libro se cante la verdad. Una postura intelectual libre y sustentada no es habitual en una sociedad de complacencias y de mezquinos intereses. Es extraño, pero maravilloso que, a pesar del vértigo de las alturas, algunos seres tengan conciencia de las alas que duermen escondidas debajo de nuestros brazos. El destino humano es tender hacia el sol. El Padre Bolívar nos dejó esta lección que debemos aprender, para que América Meridional despliegue sus alas: “no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres».
En este mismo orden de ideas, en mi “SIMÓN BOLÍVAR NUESTRO-Un hombre hecho continente a pesar de la injerencia de las potencias decimonónicas-“, se profundiza en la verdad histórica que ha estado oculta por 181 años.
Por fortuna, y acogiéndonos a las palabras que el fantasma del Tiempo le reveló a Simón Bolívar:” y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino», ya se acabaron los privilegios de los vencedores, y los vencidos recobran su voz.
La historia de América se urdió a través de los ojos y de la memoria de los vencedores. En la Independencia de Colombia hubo más adeptos al Viejo Régimen, y por esto, al consolidarse el proceso de emancipación, los vicios antiguos brotaron a flor de piel, y con la muerte de Simón Bolívar, los vencedores compusieron una historia que los limpiara de toda culpa. Al respecto, es oportuno recordar a Vasconcelos, para que corrijamos la historia: “Y el conflicto está ahora planteado totalmente en el Nuevo Mundo. En la Historia, los siglos suelen ser como días; nada tiene de extraño que no acabemos todavía de salir de la impresión de la derrota. Atravesamos épocas de desaliento, seguimos perdiendo no sólo en soberanía geográfica, sino también en poderío moral. Lejos de sentirnos unidos frente al desastre, la voluntad se nos dispersa en pequeños y vanos fines. La derrota nos ha traído la confusión de los valores y los conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después de vencernos; el comercio nos conquista con sus pequeñas ventajas. Despojados de la antigua grandeza, nos ufanamos de un patriotismo exclusivamente nacional, y ni siquiera advertimos los peligros que amenazan a nuestra raza en conjunto. Nos negamos los unos a los otros. La derrota nos ha envilecido a tal punto que, sin darnos cuenta, servimos los fines de la política enemiga de batirnos en detalle, de ofrecer ventajas particulares a cada uno de nuestros hermanos, mientras al otro se le sacrifica en intereses vitales. No sólo nos derrotaron en el combate; ideológicamente también nos siguen venciendo. Se perdió la mayor de las batallas el día en que cada una de las repúblicas ibéricas se lanzó a hacer vida propia, vida desligada de sus hermanos (concertando tratados y recibiendo beneficios falsos), sin atender a los intereses comunes de la raza”.
Cada colombiano honesto tiene el sagrado deber de escudriñar la doctrina política de Simón Bolívar, y con humildad asimilar este mensaje:
¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano».
Que no tiemble el pulso al reescribir la historia de los vencidos. No somos inferiores. Recordemos que somos la raza cósmica proclamada por el filósofo mexicano José Vasconcelos en 1925. En la doctrina política de Simón Bolívar pervive la esperanza de nuestro feliz destino.
Al profesor ARMANDO LACERA RÚA no le tembló el pulso, y apoyado en una exhaustiva investigación armó todas las piezas sueltas del complot conformado por tres insignes protagonistas: Francisco de Paula Santander, William Henry Harrison (noveno Presidente de los Estados Unidos en 1841) y William Tudor (Cónsul de Estados Unidos en Lima, 1827-1828).
En las citas del complot se perfila con claridad esta consigna: desestabilizar a las recientes repúblicas y entronizar la anarquía, y luego, exterminar a Simón Bolívar.
La impiedad de los actores conmovió muchas veces al Libertador, hasta el punto de clamar: “En fin, yo veo unidos a los malos y a los perversos de todos los extremos para derribar lo único que hay bueno y sólido, dividir después entre sí los despojos y despedazarse últimamente, sumergiendo este país para siempre en los abismos”.
Y, consciente del peligro que entrañaban los planes de expansión ideados por los “albinos del Norte”, como apodaba a los norteamericanos, consignó ésta desesperada sentencia: “Yo pienso que mejor sería para la América adoptar el Corán que el gobierno de los Estados Unidos”.
Por su parte, el Cónsul William Tudor legó para la posteridad la prueba inequívoca de la conspiración: “La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos es una de las más consoladoras. Esto no sólo es motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también Estados Unidos se ve aliviado de un enemigo peligroso en el futuro... Si hubiera triunfado estoy persuadido de que hubiéramos sufrido su animosidad...”.
Los dejo, pues, en compañía de un libro sui generis. Aunque, en sus primeras páginas se respira una añoranza del Simón Bolívar oficial, más tarde, el autor se revela, y con la maestría del sincero investigador, corre la pesada cortina del engaño histórico, y con pulso firme baja del pedestal a los héroes idealizados, en especial, aquellos que traicionaron la consigna de integrar una Confederación de repúblicas hermanas, y cuyos ignominiosos resultados persisten. Por esto, a través de mi “SIMÓN BOLÍVAR NUESTRO-Un hombre hecho continente a pesar de la injerencia de las potencias decimonónicas-“, agucemos los oídos, y oigamos cuán vigentes son aún para este Continente, las enseñanzas de Simón Bolívar:
“Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición”.

WILLIAM HERNANDEZ OSPINO
En Santa Marta, el 15 de Abril del 2011
williamhernandez_4@hotmail.com

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