sábado, 2 de octubre de 2010

Hijos del genocidio


Por Teodoro

Poesía lírica, épica, prosa dirigida a la literatura del análisis, a
la filosofía, genial el mensaje, es esa sociedad del desgano, del
odio, del desarrollo tecnológico para la muerte y no para la vida, la
sociedad hegemónoca del poder político y económico, del odio, de la
avaricia, que sepulta a la poesía y todo mensaje que eleva la vida, la
paz, el bien y la buena convivencia humana, es la voz del más fuerte,
de la opulencia,de la soberbia, de la supremacía, la discrfiminación,
el recismo, lo fenoménico de lo religioso, los mitos y las
imposiciones, ¨Desquite¨ sucumbió un día cualquiera a manos de quienes
le vigilaban sus pasos, era su destino indoblegable, a veces podriámos
preguntarnos ¿Qué importa el vivir en esta éfimer existencia?.
Muy bien estimada Gloria, epitafios que llaman
en profundidad, tal vez a quienes vivimos en eternos deseos por el
bien de la humanidad, otros seguirán el camino del mal...


Por Gloria Gaitan
Poesía lírica, épica, prosa dirigida a la literatura del análisis, a
la filosofía, genial el mensaje, es esa sociedad del desgano, del
odio, del desarrollo tecnológico para la muerte y no para la vida, la
sociedad hegemónoca del poder político y económico, del odio, de la
avaricia, que sepulta a la poesía y todo mensaje que eleva la vida, la
paz, el bien y la buena convivencia humana, es la voz del más fuerte,
de la opulencia,de la soberbia, de la supremacía, la discrfiminación,
el recismo, lo fenoménico de lo religioso, los mitos y las
imposiciones, ¨Desquite¨ sucumbió un día cualquiera a manos de quienes
le vigilaban sus pasos, era su destino indoblegable, a veces podriámos
preguntarnos ¿Qué importa el vivir en esta éfimer existencia?.
Muy bien estimada Gloria, epitafios que llaman
en profundidad, tal vez a quienes vivimos en eternos deseos por el
bien de la humanidad, otros seguirán el camino del mal...

El 01/10/10, Gloria Gaitan escribió:
Desquite, el Mono Jojoy, Tirofijo y yo, somos hijos del genocidio al
Movimiento Gaitanista. Ellos tienen apodos y a mi me llaman "la hija de> Gaitán", que también es un sobrenombre que ha servido para que el
establecimiento me venga persiguiendo - y ahora a mis hijas -, como
persiguieron los españoles a los descendientes del comunero José Antonio
Galán para cumplir con los términos de su sentencia de muerte que dice "...
(será) declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y
aplicados al Real Fisco: asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta
manera se dé al olvido su infame nombre..."

¿Será ese sentimiento de compartir un "algo" en nuestra niñez lo que hace
que sus muertes me estremezcan? Gonzalo Arango escribió en 1966 lo que ahora
yo he vuelto a sentir en medio de esta euforia colectiva que me ha hecho
llorar:

Elegía a “Desquite”

Sí, nada más que una rosa, pero de sangre. Y bien roja como a él le gustaba:
roja, liberal y asesina. Porque él era un malhechor, un poeta de la muerte.> Hacía del crimen una de las más bellas artes. Mataba, se desquitaba, lo
mataron. Se llamaba “Desquite”. De tanto huir había olvidado su verdadero
nombre. O de tanto matar había terminado por odiarlo.
Lo mataron porque era un bandido y tenía que morir. Merecía morir sin duda,
pero no más que los bandidos del poder.

Al ver en los diarios su cadáver acribillado, uno descubría en su rostro
cierta decencia, una autenticidad, la del perfecto bandido: flaco, nervioso,
alucinado, un místico del terror. O sea, la dignidad de un bandolero que no
quería ser sino eso: bandolero. Pero lo era con toda el alma, con toda la
ferocidad de su alma enigmática, de su satanismo devastador.

Con un ideal, esa fuerza tenebrosa invertida en el crimen, se habría podido
encarnar en un líder al estilo Bolívar, Zapata, o Fidel Castro.

Sin ningún ideal, no pudo ser sino un asesino que mataba por matar. Pero
este bandido tenía cara de no serlo. Quiero decir, había un hálito de
pulcritud en su cadáver, de limpieza. No dudo que tal vez bajo otro cielo
que no fuera el siniestro ciclo de su patria, este bandolero habría podido
ser un misionero, o un auténtico revolucionario.

Siempre me pareció trágico el destino de ciertos hombres que equivocaron su
camino, que perdieron la posibilidad de dirigir la Historia, o su propio
Destino.
“Desquite” era uno de esos: era uno de los colombianos que más valía: 160
mil pesos. Otros no se venden tan caro, se entregan por un voto. “Desquite”
no se vendió. Lo que valía lo pagaron después de muerto, al delator. Esa
fiera no cabía en ninguna jaula. Su odio era irracional, ateo, fiero, y como
una fiera tenía que morir: acorralado.

Aún después de muerto, los soldados temieron acercársele por miedo a su
fantasma. Su leyenda roja lo había hecho temible, invencible.
No me interesa la versión que de este hombre dieron los comandos militares.
Lo que me interesa de él es la imagen que hay detrás del espejo, la que
yacía oculta en el fondo oscuro y enigmático de su biología.
¿Quién era en verdad?

Su filosofía, por llamarla así, eran la violencia y la muerte. Me habría
gustado preguntarle en qué escuela se la enseñaron. El habría dicho: Yo no
tuve escuela, la aprendí en la violencia, a los 17 años. Allá hice mis
primeras letras, mejor dicho, mis primeras armas.
Con razón... Se había hecho guerrillero siendo casi un niño. No para matar
sino para que no lo mataran, para defender su derecho a vivir, que, en su
tiempo, era la única causa que quedaba por defender en Colombia: la vida.
En adelante, este hombre, o mejor, este niño, no tendrá más ley que el
asesinato. Su patria, su gobierno, lo despojan, lo vuelven asesino, le dan
una sicología de asesino. Seguirá matando hasta el fin porque es lo único
que sabe: matar para vivir (no vivir para matar). Sólo le enseñaron esta
lección amarga y mortal, y la hará una filosofía aplicable a todos los actos
de su existencia. El terror ha devenido su naturaleza, y todos sabemos que
no es fácil luchar contra el Destino. El crimen fue su conocimiento, en
adelante sólo podrá pensar en términos de sangre.

Yo, un poeta, en las mismas circunstancias de opresión, miseria, miedo y
persecución, también habría sido bandolero. Creo que hoy me llamaría
“General Exterminio”.

Por eso le hago esta elegía a “Desquite”, porque con las mismas
posibilidades que yo tuve, él se habría podido llamar Gonzalo Arango, y ser
un poeta con la dignidad que confiere Rimbaud a la poesía: la mano que
maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. Pero la vida es a
veces asesina.
¿Estoy contento de que lo hayan matado?
Sí.
Y también estoy muy triste.
Porque vivió la vida que no merecía, porque vivió muriendo, errante y
aterrado, despreciándolo todo y despreciándose a sí mismo, pues no hay
crimen más grande que el desprecio a uno mismo.
Dentro de su extraña y delictiva filosofía, este hombre no reconocía más
culpa, ni más remordimiento que el de dejarse matar por su enemigo: toda la
sociedad.

¿Tendrá alguna relación con él aquello de que la libertad es el terror?
Un poco sí. Pero, ¿era culpable realmente? Sí, porque era libre de elegir el
asesinato y lo eligió. Pero también era inocente en la medida en que el
asesinato lo eligió a él.

Por eso, en uno de los ocho agujeros que abalearon el cuerpo del bandido,
deposito mi rosa de sangre. Uno de esos disparos mató a un inocente que no
tuvo la posibilidad de serlo. Los otros siete mataron al asesino que fue.
¿Qué le dirá a Dios este bandido?

Nada que Dios no sepa: que los hombres no matan porque nacieron asesinos,
sino que son asesinos porque la sociedad en que nacieron les negó el derecho
a ser hombres.

Menos mal que Desquite no irá al Infierno, pues él ya pagó sus culpas en el
infierno sin esperanzas de su patria.
Pero tampoco irá al Cielo porque su ideal de salvación fue inhumano, y
descargó sus odios eligiendo las víctimas entre inocentes.
Entonces, ¿adónde irá Desquite?

Pues a la tierra que manchó con su sangre y la de sus víctimas. La tierra,
que no es vengativa, lo cubrirá de cieno, silencio y olvido.
Los campesinos y los pájaros podrán ahora dormir sin zozobra. El hombre que
erraba por las montañas como un condenado, ya no existe.
Los soldados que lo mataron en cumplimiento del deber le capturaron su arma
en cuya culata se leía una inscripción grabada con filo de puñal. Sólo
decía: “Esta es mi vida”.

Nunca la vida fue tan mortal para un hombre.

Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que
Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una
desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre,
dolor y lágrimas.


Fuente:
Arango, Gonzalo. “Elegía a ‘Desquite’”. Obra negra. Santa Fe de Bogotá,
Plaza & Janés, primera edición en Colombia, abril de 1993, p.p.: 42 - 44.
Publicado en Prosas para leer en la silla eléctrica (crónicas, ensayos,
artículos), Bogotá, Editorial Iqueima, 1966.



Cortesía de Teodoro Guerrero

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